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Columna: “El anuncio, la tentación y el llamado”

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La realidad del Hijo de Dios no es seguridad, es compromiso, responsabilidad, posibilidad… pero desde otras claves, que no son más extrañas y difíciles, sino más humanas. La realidad humana se da y crece entre los demás, con los demás. Yo sé quién soy, los otros me llaman, me permiten tomar conciencia de mi identidad.

Claves más humanas y, por tanto, humanizadoras, son aquellas que tienen en cuenta a los otros, al Otro. Tener en cuenta a los demás sólo se hace realidad en proporción a la capacidad de olvidarse de uno mismo, de vaciarse para dejar espacio a los otros, al Otro. Jesús, da muestras con su comportamiento, de quiénes son los más importantes y como proteger y acompañar, parece ser que esta opción y este compromiso solidario no es bien visto por el sistema, por el “status quo” de su tiempo. Había que eliminarlo…

Tentación de no confiar en el plan de Dios. Pedro, el mismo que había confesado “Tú eres el Hijo de Dios”, ante el anuncio de lo que podía suceder en Jerusalén, es el que grita: ¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa. (Mt 16,22) Esta exclamación de Pedro, provoca la reacción de Jesús: ¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres no como Dios (Mt 16, 23). El enemigo está en casa… La verdadera tentación no viene de fuera, sino de dentro.

Al comienzo de su vida pública, en el desierto, Jesús de Nazaret se enfrenta con distintas posibilidades de llevar a cabo el Plan de Dios. Jesús es tentado… tiene que elegir. En el hecho de elegir interviene la libertad, la responsabilidad. Significa ser conscientes de lo que nos motiva, sobre qué edificamos la vida. Es hacer viva la experiencia de la fidelidad, fidelidad a uno mismo, a los demás, a Dios. Y el valor no está en el hecho de la fidelidad en sí, sino en la razón, el motivo, que la hace posible. Ese motivo es el mismo Dios y los demás, mirados, entendidos, con y desde el amor y la confianza. Fidelidad a uno mismo desde la propia aceptación con la mirada vuelta al Señor.

Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue son su cruz y me siga. (Mt 16,24) Negarse uno mismo, no es renunciar a lo que somos, no es sacrificar la propia vida… Es alcanzar la lucidez de lo que significa Dios en nosotros. Y cargar con la cruz, no se limita a aceptar nuestros defectos y limitaciones, sino, más bien aceptar las consecuencias de nuestra fidelidad, la respuesta que podamos provocar en los demás…

La identidad de cada ser humano es importante, somos obra de Dios irrepetible, cada uno es una “palabra” de Dios, participantes, pertenecientes, creadores, definidores de la obra de Dios. Y si la identidad es importante, la misión es necesaria, ambas se complementan, se precisan. Identidad y misión, realidad consciente que nos pone en camino, y si es el camino del Señor, nos aleja de la acomodación, nos invita a ir siempre más allá, por ejemplo: “A ustedes les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian; bendigan a los que los maltratan… (Lc 6, 27-28).

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