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“El cultivo de la interioridad y el sentido de la oración”, por el presbítero Amaro Carlos René

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Pero también la interioridad implica atravesar las dificultades con otra mirada, una mirada creyente que nos permita descubrir la presencia de Jesús en nuestra vida, no como un fantasma, sino como el verdadero Hijo de Dios que nos tiende la mano cuando la adversidad amenaza con hundirnos en el miedo.

La interioridad es hondura, profundidad, dejarle al Espíritu escrutar nuestro fondo; implica también estar a solas, experimentar, como Jesús, la soledad de la propia vida y la unicidad inherente a ella, sin que por esto nos apartemos de compartir la común humanidad con los demás que es acogida y acompañada siempre por Jesús.

De entrada, el título hace suponer que la oración deba cumplir algún sentido, pero este diálogo con Dios Padre a través de Jesús es uno de los actos de mayor gratuidad que los creyentes podemos cultivar en nuestra vida cristiana. Dicho esto, en el evangelio de hoy no se percibe que la oración de Jesús “sirviese para algo”. Él solo se retiró a orar y tardó largo rato en diálogo con el Padre, tratando de amor con quien sabía que le amaba, por parafrasear las palabras de santa Teresa de Jesús.

Los evangelistas presentan con frecuencia a Jesús orando en soledad o en la noche y esto es muy característico de su relación con el Padre. Este modo de orar de Jesús denota una profunda intimidad y sugiere la necesidad de disponernos por entero al trato agradecido con Dios por el bien que recibimos de Él cotidianamente.

Jesús acaba de estar con la gente, de compartir con ellas su mensaje, de entregarse como sabía hacerlo y, ahora, en ese momento de silencio y soledad en el monte, antes de ir tras los suyos, se deja en la compañía de Dios. La oración de Jesús parece estar cargada de disponibilidad personal que brota de su interior y de agradecimiento.

Este ejercicio de fe, de fiat, puede resultar de un alto calado pedagógico en nuestro seguimiento de Jesús, pues seguirle supone recordar no solo que Él sale a nuestro encuentro, sino que también nos envía (vayan a la otra orilla) y el envío lleva, de suyo, el ejercicio de la libertad personal y comunitaria, comprende el ensayo y error que supone ir adentrándonos en el misterio revelado, en la profundización de la verdad, en la búsqueda de lo plenamente humano; la libertad de creer o no, de fallar en nuestra constancia y de volver a elevar la vida para que su presencia la sostenga cuando las dificultades nos llegan al cuello.

Cuando Jesús penetra en nuestras realidades difíciles puede costarnos, como a los discípulos, distinguirle con claridad o confundirle con otra cosa — es un fantasma, se dijeron los discípulos en la barca —, sin embargo, nos permite identificarle porque su presencia cuestiona nuestros miedos y nos invita a vivir desde él. No en vano, en diferentes ocasiones Jesús llama a los suyos a no tener miedo porque Soy yo.

Pbro. Amaro Carlos René

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