En los años 90, en nuestro país, los espectadores de la serie Compañeros miraban cada semana las camisetas ajustadas que lucía Eva Santolaria. La revolucionaria novedad, vista con alegría y despreocupación por el público joven de entonces, era que no llevaba sujetador. Su look iba en la línea de otros iconos de estilo de la época, como Kate Moss, a la que Calvin Klein utilizó como musa. Entonces parecía que aquellas imágenes podían suponer una ruptura del cánon pero el tiempo demostró que nada había cambiado: si hablamos de los pezones de una mujer de más edad, racializada, trans, que acaba de ser madre, no es femenina, o no tiene un cuerpo ajustado a los cánones, la ausencia de sujetador siempre es sospechosa. Incluso si se trata de mujeres con profesiones en las que la desinhibición cotiza al alza (actrices, modelos…) mejor que el pezón «no se note mucho». Los cánones del «buen gusto» siguen queriendo a las mujeres escondiendo esa parte de sus cuerpo en la calle o en las redes. Los prueban las periódicas polémicas en torno a este asunto: el año pasado, por ejemplo, la actriz Florence Pugh tuvo que escribir un manifiesto en su Instagram después de atreverse a la osadía de mostrar sus buttons como los llamó ella en un desfile de Valentino.
Esta semana, los pezones han estado una vez más bajo el punto de mira en las redes. Esta vez han sido los de la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, quien posó junto a la ministra de Igualdad, Irene Montero, en un acto organizado por su partido. ¿El supuesto escándalo? Bajo su suéter, podíamos observar que Belarra no llevaba sujetador.
De pronto, los pezones de Ione pasaron a ser un asunto de interés público. La cuestión es tan antigua y repetitiva que la gran pregunta es realmente cómo puede realmente seguir siendo un objeto de debate.
Desde la antigüedad, los pechos femeninos han estado cargados de significados tan contradictorios como poderosos. La académica Marilyn Yalom, contaba en 1997 en su monumental tratado A history of the breast, que a lo largo de la historia de la humanidad ha existido un «pecho bueno» (el de las madonas renacentistas o la Revolución Francesa, por ejemplo) y un «pecho malo», que simboliza la seducción y el engaño (el de las rameras de Ezequiel o la Lady Macbeth de Shakespeare). «Los pechos siguen soportando una sobrecarga de expectativas culturales y sexuales. Por eso muchas mujeres esperan ver el día en que sus pechos no tengan que soportar semejante carga», escribió Yalom.
Y de aquí al caso de Ione Belarra y al mundo digital, donde se siguen censurando ciertos tipos de pechos o pezones (femeninos, jamás masculinos) con criterios más o menos arbitrarios y polémicos.
Las redes sociales, desde su nacimiento, se han esforzado en borrar o, como mínimo, pixelar toda imagen que incluya unos pezones femeninos bajo el argumento de que así se evita el contenido pornográfico. ¿Por qué no se censuran entonces las imágenes de, pongamos, pistolas, para evitar las muertes por arma de fuego? Lo que ocurre en redes con la censura corporal no es más que un reflejo de lo que viven las mujeres fuera de ellas.
Actualmente, Facebook censura las imágenes de mujeres con el torso desnudo, pero no las de hombres. En un correo electrónico del que se hizo eco el New York Times en 2019, la jefa de política pública de Instagram, Karina Newton, dijo que no se está tratando de «imponer un juicio de valor sobre cómo los pezones deben ser vistos en sociedad». Y que solo «intentan reflejar las sensibilidades de la amplia y diversa gama de culturas y países de todo el mundo». Bien es cierto que en muchas culturas, la nuestra incluida por el momento y valga esta polémica de Belarra como ejemplo, los pechos femeninos siguen siendo un tabú.
Las normas comunitarias de Instagram nos dicen que la restricción a las publicaciones se aplica a «fotos de pezones femeninos al descubierto, si bien se permiten en el contexto de la lactancia, parto o postparto, situaciones relacionadas con la salud (mastectomías por cáncer, cirugías de confirmación de género) o como acto de protesta». No es totalmente cierto: a día de hoy, el mecanismo que tolera o censura las fotos se basa en que las publicaciones sean denunciadas por los usuarios como «desnudos o pornografía», para luego ser verificadas y eliminadas por un sistema de inteligencia artificial.
La empresa de Mark Zuckerberg fue asesorada el pasado mes de enero sobre sus políticas de moderación de contenidos por una junta de académicos, periodistas y políticos que recomendó que modifiquen sus políticas comunitarias, para que se rijan por criterios que respeten las normas internacionales de derechos humanos. El consejo recomendó a Meta que se definan criterios claros, objetivos y respetuosos a la hora de moderar el contenido, para que no se repitan casos como el que llevó a Instagram en 2021 a pedir disculpas públicas al director Pedro Almodóvar, por censurar el cartel de su película Madres Paralelas, que mostraba un pezón con leche materna. Quizá hayamos avanzado algo si estas medidas se llegasen a implantar finalmente.
Pero ¿por qué la imagen de los pechos de las mujeres sigue siendo objeto de revuelo y escándalo en 2023? ¿Acaso no tienen pezones los hombres y jamás nadie menciona si son perceptibles bajo la ropa o no? Quizá sea porque los hombres, a priori, no usan sujetador. La prenda cuya ausencia marca el inicio de la polémica.
La historia de los sujetadores está fuertemente ligada a la mirada masculina, las modas del capitalismo y los estándares corporales extremos. Surge como una prenda que dé soporte a los pechos y con el paso de los años, va evolucionando —desde las pin-ups a la reconocible campaña de Wonderbra de los 90— y no es hasta principios del siglo XXI cuando los sujetadores empiezan a esforzarse en intentar ocultar o reducir el aspecto del pezón. Los pezones femeninos son obscenos, algo que no se debe enseñar sin fines sexuales.
La crítica y posterior culpabilización de las mujeres por serlo, llega hasta el límite de tener que censurar su propia anatomía para no ofender ni «herir sensibilidades» ajenas. Desde que en 1947 un hombre, Frederick Mellinger, inventase el modelo push-up, pensando en la prenda que él y sus amigos veteranos de guerra querían ver en sus mujeres, el objetivo de agradar a la mirada masculina se impone a la función original del sostén.
El pecho femenino se considera algo inherentemente sexual (o mejor dicho, sexualizado) y, por tanto, susceptible de ser contenido obsceno. Si los cuerpos de las mujeres no son deseables, consumibles o explotables, entonces, al machismo, sencillamente, no le interesa que sean visibles. Es más, molestan, generan repulsión o son objeto de mofa.
Contra esto ya protestó en su día el movimiento Free the Nipple, creado en 2013 después de que Facebook retirara clips del documental del mismo nombre de Lina Esco y que tiene como objetivo, desde su nacimiento, acabar con la cosificación de los pechos y los pezones de las mujeres en Internet. Y puede que hayan conseguido algo si, finalmente, Meta cumple con lo acordado e implementa nuevas normas comunitarias, más afines a los tiempos que corren.
Justo ahora que el consentimiento está en el centro del debate es lamentable que la hipervigilancia del cuerpo femenino tome el relevo como una forma de opresión. Le pese a quien le pese, se habían hecho avances. Que no paren.
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