47 años han pasado de aquel día, pero para muchos argentinos esta fecha continúa muy vigente. El simple hecho de escuchar la alocución del día de la toma del poder por parte de los militares: “ya sea en una representación teatral o un vídeo, es motivo de escalofríos para Norma Yanzat y su madre. Así como la entonación del himno nacional, que su padre lo hacia con mucha emoción, mientras que los militares «nos hacían cantar el himno, después gritar viva la patria, vivan los militares».
Norma intenta contar entre lágrimas lo que le toco pasar en 6 meses y como logró sobreponerse a esto durante los últimos 47 años, para ella el 24 de marzo, como el 18 de octubre (madrugada en que fue secuestrada), no son simple fechas. Sabe que estas fechas dieron inicio a la época más sombría y dolorosa de la Argentina y de ella misma.
El arrebato de la inocencia y de un duelo familiar
“La historia es muy dura, mi papá era delegado del Movimiento Agrario. Falleció en enero de ese mismo año que llegó la dictadura. En marzo fue la dictadura. En octubre cae el ejército en mi casa y nos detiene a mi madre y a mí”, recuerda.
Su relato se remonta a un tiempo en que, como ella mismo lo describe, no había tecnología, ni mucho trato con otra gente, ella tenía 17 años pero con la “inocencia de una niña hoy de 12 o 13 años”, además la familia se encontraba en duelo por la reciente muerte de su padre. Tras el secuestro en la casa quedaron solos 4 niños menores, “mi hermano mayor tenía 12 años, le seguía otro de 11, de 9 y la nena más chiquita, 4, en la chacra donde no había luz, donde no había ni un vecino cerca, quedaron solos en la madrugada. A nosotros nos vendaron, nos esposaron, nos pusieron en una camioneta y nos llevaron a un campamento”.
“Yo estaba por cumplir 18 años y para aquella época, 40 años atrás, una joven de la chacra era como hoy, 12, 13 años, porque no teníamos mucha información, no tenía más que 7.º grado, no tenía más que la experiencia de trabajar en la chacra, plantar, cocinar y en fin, elaborar nuestro propio alimento. Era muy ingenua y ahí comenzó un calvario que no sé cómo explicarlo, pero fue muy duro”, contó.
Sobre los primeros días, la mujer recuerda que desde el primer momento recibió amenazas, y fue torturada tanto físicamente como psicológicamente, “mi madre estaba desgarrada por haber dejado a sus hijos solos. Después de estar algunas noches en el campamento, nos trasladan a Posadas. Nos tenían de una alcaldía, otra o de un no sé si era una comisaría”.
Como Norma estuvo siempre vendada no sabe explicar donde estuvo, lo que recuerda es que algunos de los lugares donde las trasladaban estaban en construcción por la humedad que sentía, los olores de cemento y el ruido de trabajadores, “había colchones viejos, ahí nos tenían presos y eran los lugares de más tortura”.
Torturas psicológicas y escuchar como torturaban a otras personas
A pesar de tanto dolor, Norma ve como una suerte que la hayan tenido presa junto a su madre y que a ella “muy pocas veces le llevaron, gracias a Dios. A mí me han llevado más veces y el momento de tortura era horrible y para mí la tortura más grave fue la psicológica y el escuchar como torturaban a otras personas porque nos tenían vendado en distintas el celditas. Pero uno permanentemente escuchaba como torturaban, cómo gritaban, como pedían auxilio los demás compañeros”.
“No recuerdo si comíamos, si no comíamos, porque fue tanto el tormento, que ni puedo precisar cuántos días estuvimos así en esa situación”, cuenta en referencia al tiempo que tuvo que pasar con los ojos vendados, y sin saber que iba a pasar.
Y agregó que “me acuerdo que una vez yo estaba recostada en la falda de mi madre, viene uno y dice está mangueando, porque yo estaba acostada y me veía de frente. Entonces me sacan de ahí, me ponen en otra celdita sola y me ajustan tanto la venda que parecía que me cortaba la cabeza”.
Con respecto a las torturas psicológicas recuerda que, “nos decían les vamos a llevar a un lugar donde nunca más van a ver el sol, o esta noche los vamos a llevar a la muralla, como que nos iban a fusilar a todos. No sabíamos si íbamos a salir en libertad”.
En las sesiones de tortura, “nos preguntaban nombres de distintas personas, si conocíamos a fulano, si conocíamos a mengano y yo era muy ingenua, muchos nombres no podía dar porque no conocía, lógicamente que ellos nunca se creían. Ellos creían que uno tenía que conocer todo y por ahí te torturaban por eso, porque no, no tenía más a quién nombrar”.
Con respecto a las sesiones de tortura, recuerda que, “nos acostaban sobre una camilla, algo de frío, de chapa, nos llevaban vendados siempre para que no le viéramos a los torturadores y ahí te ponían la picana. Si no era en sobre los pechos, en las manos, en la nalga, en la rodilla”.
Y agregó que, era “horrible, horrible. Nunca más. Esa es la única palabra que define nunca más. Es inexplicable que un ser humano sea capaz de tanta agresión a otro ser humano”.
“Ahí viene caballo loco”
Norma recuerda que tenían tan ajustadas las vendas en los ojos, que lograron agudizar sus otros sentidos aunque en algún momento, tal vez porque la venda cedía por la pérdida de peso de los presos, “ya nos avivamos y un poquito que sea los zapatos veíamos cuando venían, lo cierto. Y aparte parece que se agudizaba el sentido del oído y sentíamos cuando caminaban, o la voz, enseguida sabíamos quién era el que venía. Si el más violento o el menos violento”.
Norma asegura que en esa situación, “Uno aprende a diferenciar. Ahí viene el caballo loco. Le decíamos a uno que era el más terrible para torturar. Era muy violento, nos decía por ejemplo, esta gente no merece vivir. Para que tenemos acá a estas mujeres? No merecen vivir, no sirven para nada, nunca van a defender la patria”.
Compartir para sobrevivir
Según el relato de Yanzat, no recuerda si comió algo, si llegó a higienizarse o ir al baño los primeros días, al ser consultada si las películas “La Noche de los Lápices” y “Argentina 1985” eran fieles a la realidad, dice: “si, y mucho peor, ahí faltan muchas cosas más para contar”.
Con respecto a la alimentación, los recuerdos de Norma se remontan a cuando ya estaba en la alcaldía, porque antes no lo recuerda. “En la alcaldía recuerdo, nos traían en. Yo en ese momento estaba de novia con un chico que él me me hacía llegar la comida con mucho amor. Recuerdo que nos traía comida para mi mamá y aparte los padres de algunas de las otras chicas, traía también y eso compartíamos entre todas, y después la comida que nos servían ahí, que era una polenta o una lenteja todos los días”.
“Con respecto al baño, hemos pasado días sin bañarnos porque no teníamos toallas, no teníamos cepillo de dientes, no teníamos nada. Tal es que cuando me acercaron me acuerdo la primer toalla, teníamos miedo de ir al baño”.
Es inevitable consultar como era la gestión menstrual en esa situación, “como éramos todas mujeres. Entonces una ayudaba a la otra o una rompía un calzón viejo para usar como paño porque no teníamos nada. Era dificilísimo gestionar eso y en aquella época, 40 años atrás, no había la facilidad que hay ahora. No existían las toallitas. Así que eso fue una parte muy dura para nosotras”.
El acompañamiento por parte de los torturadores a los baños era “horrible, horrible. Porque aparte éramos criado en una familia muy estructurada, muy puritanos podríamos decir y tener que encontrarnos frente a hombres que te manoseaba, como se les cantaba, que te decían lo que se les cantaba. Las necesidades fisiológicas vienen y tenés que hacerlas, así que era horrible. Yo cuando me pongo a pensar es como que no puedo creer que viví todo eso”.
“Cuando salí en libertad me sellaron la cabeza con una ametralladora”
El primer día de mayo de 1977, a Norma Yanzat la liberan, pero antes de poner un pie en la calle, “me sellaron la cabeza con esa ametralladora y diciéndome que no tenía que hablar ni una palabra. No debía contar nada de lo que vi y oí ahí adentro, porque te volamos la cabeza donde sea. Entonces yo caminé el resto de mi vida hasta hace poco con eso, que la ametralladora me perseguía”.
El regreso a su hogar fue muy difícil, el encontrarse con sus hermanos, con quienes nunca se animó a hablar de todo lo que había pasado, con su madre que había sido liberada un mes antes y con quien en un principio hicieron un pacto de silencio tácito, “de eso no se hablaba”, hasta hace un par de años que, “después que volvió la democracia. Mi mamá no quería saber nada. No quería hablar de nada. A tal punto que cuando comenzaron los juicios y me invitaron para ir a declarar, ella no quiso ir y no quería que vaya”.
Pero como dicen que el tiempo cura las heridas, la madre de Norma actualmente tiene 90 años, y “ahora sí hablamos, nos reímos porque ella tiene lindos recuerdos, mejor que yo a veces. Entonces nos reímos de algunas situaciones, pero antes no quería hablar de nada”.
“Estando adentro, yo me prometí que si salía en libertad, iba a dedicar mi vida a ayudar a los más pobres, servirle a los más necesitados, porque me parecía tan injusto, todo eso”, y eso fue lo que hizo Norma, logró terminar sus estudios, formar su propia familia, y trabajar en los barrios junto a la iglesia Católica.
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