Castelnuovo, fue miembro del Batallón de Infantería de Marina N°5 de Rio Grande, Tierra del Fuego. Fungiendo como un soldado conscripto, y habiendo iniciado el Servicio Militar Obligatorio en 1981, Castelnuovo prestó servicio como miembro de la sección de exploradores durante abril, mayo y junio de 1982.
“Me tocó hacer la colimba en 1981, en Rio Grande. Ahí estuve en el Batallón de Infantería de Marina N°5”, comenta.
“Ya casi cuando estábamos por salir, el 6 de marzo, nos devuelven toda nuestra vestimenta de civil y nosotros devolvimos la ropa militar. Mientras esperábamos los vuelos para los que nos íbamos de baja, la madrugada del 26 de marzo, nos devolvieron la ropa militar y nos ordenaron esperar directivas”, explica Castelnuovo.
“Esa noche nos destinan al ITO 1, en el estrecho de Magallanes, donde está la frontera con Chile. Nuestras órdenes eran vigilar a los barcos de la zona, identificar sus colores y proporcionar esa información a los superiores”, relata.
Castelnuovo explica que estuvieron hasta el primero de abril en esa posición, donde comenzaron a recibir unos ruidos raros por radio. “Durante la madrugada de ese día, empezaron a entrar códigos militares donde nos comunicaban que se habían recuperado las Islas Malvinas”.
“Ya cerca de las 10 de la mañana, un suboficial segundo de Infantería de Marina nos reúne y nos comenta que efectivamente se habían retomado las islas y debíamos retornar al batallón, a unos 300 km de distancia”, comenta.
El ex combatiente señala que al llegar al batallón, ya el murmullo era notorio. “Nos topamos con un ambiente de algarabía total porque todos queríamos ir. Con la edad que teníamos, éramos más aventureros que otra cosa”.
“Una vez que preparamos todo el equipamiento, nos llevaron al aeropuerto de Río Grande en donde nos levanta un avión que ya venía con gente y bueno, a Malvinas”, cuenta Castelnuovo.
El llamado de la patria
“Cuando nosotros llegamos, las Malvinas ya habían sido recuperadas. Hay que tener en cuenta que esto sucede el 2 de Abril y nosotros llegamos el 8 recién”, explica.
Castelnuovo cuenta que, una vez ya en las islas, fueron destinados al cerro Sapper Hill donde comenzaron a preparar un búnker.
“Era una cordillera bastante alta, una montaña con una gran vista al mar, al puerto y a la pista de aterrizaje, por lo que era una locación militarmente estratégica muy importante. Ahí, con unas chapas y bloques de mármol que había en el lugar, comenzamos a armar un búnker a la ladera de la montaña, que eran uno 180 o 200 metros”, explica.
“A esa altura se ubicaba el radar más importante de la isla, por lo que teníamos que custodiarlo. En ese búnker improvisado teníamos una cocina de campaña, podíamos desayunar a la mañana, almorzar comida caliente y todo lo que nos podían proveer a medida que crecía el contingente. Lamentablemente eso duró hasta el 1 de mayo solamente”, relata.
El bautismo de fuego
“El primero de mayo comienzan los cañoneos navales, cuyo objetivo era bombardear todo a esa altura por el radar que se encontraba operando y más porque, seguramente, tenían la información de que había muchos soldados argentinos en esa montaña”, cuenta Castelnuovo.
“Ese día nos desarmaron todo. La cocina, mercadería para comer caliente, todo quedó destruido. A partir de allí comenzó el problema”, explica.
“Al perder la comida caliente, hubo que manejarse con raciones. Si bien teníamos bastante, a medida que pasaban los días y la guerra iba avanzando, las cosas iban cambiando”.
Castelnuovo comenta que, a partir de ese 1 de mayo, también se terminaron las dormidas de guardia. “Era prácticamente las 24 horas despierto. Por ahí si te dormías cinco minutos, te despertaban los bombardeos. El que dice que no tuvo miedo, miente”.
“Si puede ser que te vayas acostumbrando, pero el miedo nunca termina. Siempre está latente el miedo de que te caiga una bomba y no te des cuenta, porque no era una cosa que fuera lenta”, remarca.
“A nuestra altura la alerta roja era permanente. Cuando recorrían los Harrier nuestra posición, no te daba tiempo a nada. En 30 segundos tenías encima al avión. Recuerdo que el 8 de mayo había un Harrier que nos hostigó durante muchísimo tiempo. Siempre pasaba en el mismo horario y podíamos hacer nada porque era muy rápido”, relata.
“Ese día ya estábamos preparados porque estábamos re calientes, lo esperamos y lo volteamos por fin”.
Hasta el último día
“El 14 de junio a la mañana nos llama el suboficial segundo a cargo nuestro y nos saca de esa posición. Una vez reunidos nos dice que había llegado la orden contraatacar en otra locación, producto de la retirada y rendición argentina”, señala.
“Caminamos unos 300 metros de otro lado de la montaña donde venía la avanzada inglesa y ahí esperamos. Podíamos ver a nuestros compañeros que venían caminando para Puerto Argentino y los helicópteros enemigos disparaban apurando ese repliegue”.
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“Nosotros comenzamos a tirarle, a unos 1500 metros y recrudeció el combate. Aparecieron más helicópteros con los Boinas Rojas que intentaban tomar nuestra posición. En ese momento bajamos una de las naves que tenía un problema junto a otra que quedó humeante, por lo cual no pudieron traer más apoyo de los Royal Marines”.
Evelio explica que llegó un momento en el que se hizo imposible sostener el avance inglés porque “seguían subiendo la montaña y no había como soportar la balacera”.
“Lamentablemente llegó la orden de repliegue y tuvimos que desarmar todo el armamento. Bajamos la montaña, llegamos corriendo a Puerto Argentino y nos encontramos que la mayor parte de las tropas que se encontraban en otros frentes ya estaban en ese lugar”.
Preso de un recuerdo
Castelnuovo cuenta que, una vez consumada la rendición, algunos soldados argentinos continuaron prisioneros hasta el día 22 de junio.
“No nos podemos quejar. Los ingleses en sí son muy honrados en el tema de guerra. Si querían ser jodidos, podían ser jodidos. Pero nos trataban muy bien como prisioneros, no nos golpeaban y solo nos mantenían limpiando”, relata.
“Estuvimos haciendo todo tipo de tareas hasta que en un momento se encontró mercadería en uno de los búnkeres y entre todo eso había harina”.
“El misionero es hábil para muchas cosas y les hice comer a los ingleses reviro y torta fritas. Cuando se enteraron lo que se podía cocinar con eso, trajeron una lata de dulce de batata, aceite y entre dos hicimos la masa. Quedaron locos”, explica entre algunas risas.
“Al día siguiente, eligieron a 6 de nosotros, nos dieron picos y palas y nos sacaron a caminar hasta el Monte Harrier escoltados de los Royal Marines. Cuando llegamos, nos dimos cuenta que debíamos enterrar a los muertos argentinos. Ese día sepultamos a dos”, cuenta.
“Uno de ellos, un oficial del ejército, aún conservaba en sus manos el fusil. Cuando lo encontramos, tenía un balazo en el corazón, posiblemente de un francotirador, y producto del shock final cerró sus puños que, junto al frio del lugar, hicieron que no soltara el arma”, explica.
“Como pudimos le sacamos el fusil, junto con la identificación, y como pudimos les explicamos que era imposible cavar en ese lugar por la dureza del terreno, sumado a las escasas fuerzas que teníamos”.
“Asique con piedras tapamos el cuerpo como pudimos, le dejamos el fusil en la cabecera y encima de él, su casco”, relató.
De igual manera, Castelnuovo comenta que “ellos [ingleses] tenían todo un protocolo ceremonial para esas situaciones, y se les hizo un entierro digno, dentro de lo posible del contexto”.
“Así, con esa rutina pasamos los días, enterrando compañeros argentinos hasta el 22 de junio que subimos al buque hospital Bahía Paraíso de la Armada, casi al atardecer”.
Esto es solamente una parte de la historia de Evelio Castelnuovo. Conocé el resto a partir de las 21 en la pantalla de Misiones Online Tv, en una nueva entrega de “Homenajes: A 40 años de la guerra de Malvinas”.
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— misionesonline.net (@misionesonline) April 10, 2022
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