A la edad de 94 años, falleció la tarde de este miércoles, el empresario yerbatero «Pancho» Szychowski.
Pancho Szychowski, patriarca de una familia yerbatera con mucha historia para leer
Escrito en enero del 2017 por el periodista Patricio Downes.
Pasión, romance, guerra, exilio. Todas las emociones extremas de un ser humano surgen de la charla. En la galería de la estancia María Aleida, su refugio familiar, Juan Alfredo Szychowski, le ceba al cronista un mate exquisito. Con la misma yerba que el Papa Francisco pide entre los alimentos, bebidas e infusiones de sus agotadoras visitas pastorales. Así lo hizo cuando fue a México por ejemplo, según lo contó el propio Pancho. E igual de sabroso es el relato de este hombre alto y educado, cálido en el trato, y a sus casi 90 años, uno de los últimos exponentes de una generación de leyenda. Es el jefe del clan que fundó La Cachuera, donde se elabora Amanda esa yerba con la que convida unos mates deliciosos.
Imposible escapar del magnetismo de la charla con don “Pancho” como todos llaman a este empresario de Misiones. Alguien que también abrevó en la política, como diputado provincial tras fundar el Partido Agrario de Misiones en los 60, en defensa de los pequeños productores yerbateros. Y, como si fuera poco, el cronista tiene el grandísimo orgullo de saborear “la yerba del Papa” cebada por el dueño de La Cachuera.
Su relato es inagotable. Va desde la llegada de su abuelo y su padre inmigrantes hasta el momento actual de la empresa que empezó a comandar hace medio siglo, para colocarla en los primeros lugares. También detalles jugosos y plenos de nostalgia, como la elección del nombre de su yerba. Una “elección interna”, en la que participaron su madre y hermanas con toda la familia, volcó la selección al nombre de una actriz radial de la época (Ver: Con el brillo de la farándula).
Además, cómo un mecánico norteamericano radicado en Oberá fue el primer socio de Juan Szychowski, para levantar un molino y elaborar una yerba que se llamó “Aroma” (Ver: “Un yanqui…”) Orgulloso, contó que periódicamente le hace llegar a Francisco su yerba preferida a través de un sacerdote amigo.
Desde Polonia
Su padre Juan, junto a sus abuelos Julián y su abuela Carolina Padanowski, emigraron de Borszcow, Polonia, y tras un paso por el Hotel de los Inmigrantes, en el puerto de Buenos Aires, llegaron a Misiones. Como gratitud a sus padres y abuelo, presentó hace poco “Historias de mi familia”, sobre la saga de lucha, trabajo y tesón de los Szychowski.
En la presentación de su libro “Historias de mi familia”, que se realizó en el Instituto Montoya, asistieron su esposa María Aleida Torres, recientemente fallecida, sus hijas María Aleida, Yanina y Victoria, su hermano, Ricardo Szychowski, y su amigo Oscar Aleman, además de sobrinos, sobrinos nietos y amigos en general. Con la edición de María Cecilia Gallero, el texto de don Pancho fue finalizado luego de una década dormido en su escritorio. Había arrancado con 57 páginas escritas durante unas vacaciones en la playa brasileña de Torres. “Lo abandoné por diez años, porque –pensé- ‘lo de escribir un libro es de intelectuales’, pero en el 2013 algo me impulsó mientras pasaba unos días en La Cachuera y en amplios dormitorios donde descansaban en vida mis padres. Ese lugar, que ofició de cocina, despensa y comedor, fue el inicio de vivencias; soñaba momentos que fueron historia pero con tal realismo que despertaba eufórico, viven decía, pero al encender la luz la visión se esfumaba y la realidad decía presente”.
A metros de La Cachuera, a 78 kilómetros de Posadas, el Museo Juan Szychowski es testimonio de los pioneros de la familia que fundaron sus primeros molinos impulsados por las aguas de los arroyos Chimiray y Viñas. En el relato de don Pancho y en el museo sobresale gigantesca la personalidad de Juan Szychowski, llegado a los 11 años desde Polonia, quien instaló su herrería para construir un torno de madera, con fresa de acero y tracción a sangre movido por un malacate. En 1919 finalizó su torno de metal, considerado el primero en su tipo construido en el país. Hoy se lo puede apreciar en el museo Juan Szychowski, a seis kilómetros de Apóstoles.
El empresario Pancho Szychowski recordó que turistas visitantes del museo deseaban conocer al sobreviviente de esa familia: “Querían que narrase historias vívidas del hombre que admiraban (su padre), del hombre que construyó un torno de madera, una represa, máquinas para procesar arroz, maíz y yerba con tan solo segundo grado y con rudimentarias herramientas. Sus logros trascendieron fronteras y un director de la revista National Geographic de los Estados Unidos, envió un periodista ingeniero (Franc Shor) a constatar personalmente la veracidad de los comentarios. Y fui designado socio honorario de por vida de esa prestigiosa publicación de circulación mundial”.
Cuando los Szychowski desembarcaron en el puerto de Buenos Aires, en 1900, el gobernador Juan José Lanusse fue al hotel de Inmigrantes a buscar colonos polacos y ucranios. Les ofrecía una subdivisión de 40 mil hectáreas en Misiones, que abarcaba Apóstoles, San José, Azara y Tres Capones. Una superficie que después fue ampliando. El gobernador Lanusse distribuyó 40 mil hectáreas que abarcaban Apóstoles, San José, Azara y Tres Capones. “El abuelo Julián eligió el predio actual de La Cachuera porque tenía un arroyo y él quería aprovecharlo hidráulicamente para hacer un molino. Pero no encontraba desniveles y el que encontró era muy pequeño, pero de todas formas lo hizo, con mi padre, que a los 14 fue a aprender de herrero en un taller de Apóstoles, de un señor Palasewski, que era de la nobleza polaca. Aprendió herrería y fue una mano importante para el abuelo. Ese primer molinito molía 50 kilos de maíz por hora. Era para hacer harina, para hacer pan, porque era difícil conseguir harina de trigo”.
Visión y crecimiento
Ese molino era muy chiquito alimentado por un canal de desviación del arroyo Viñas y una creciente se lo llevó. “El abuelo Julián era molinero allá en Polonia, de un molino que molía trigo, avena, centeno y maíz. Y trabajaba fundamentalmente en la época de los deshielos en que había mucha agua. Eran molinos hidráulicos con ruedas hidráulicas”.
“En el año 1914 fallece mi abuela Carolina, la madre de Papá (sus otros hijos fueron Teófilo y Elena). Ellos cultivaban trigo y maíz, eran eminentemente agrícolas. Y poroto negro, el feijao preto, que tenía mucha demanda de Brasil. No lo conocían al poroto negro, pero adaptaron enseguida al hábito de comerlo porque era un alimento con mucha potencia, que combinaban con carne de cerdo, cuerito de cerdo”.
En ese 1914 de la muerte de su abuela Carolina, el proyecto de colonización de los Szhychowski estuvo a punto de naufragar en Misiones y apuntar hacia EE.UU. donde vivía un hermano de la abuela materna de don “Pancho”, Clementina. Juan Alfredo contó que su abuelo Julián estaba desanimado y que su hijo Juan debió contenerlo. El duelo les impidió viajar a Posadas a vender sus granos.
“Cuando llegaron a Posadas no lo pudieron colocar, debido a un exceso de oferta. Entonces lo dejaron en consignación en una casa Castiglione, que existió hasta 1960. Como anticipo le entregaron un cuero de vaca desecado y una bolsa de sal para el ganado. Papá ya pensaba en su molino, donde usaría ese cuero. De regreso, los frenó tres días la crecida del arroyo Tevicuarí, que está antes de San Carlos”, recordó. “Se ve que el abuelo estaba muy desesperado por la muerte de su esposa, por no haber podido vender su producto, y en el tercer día le propuso : ‘Hijo no quiero que sufras todo lo que padecí yo. Vendamos todo y vayamos a EE.UU. Mi padre, que tenía entonces 25 años, ahí tomó conciencia que no era solo el hijo sino que debía ser el protector de su padre”.
Mirando al norte
Para entonces, Julián ya se había casado (1911) a los 21 años con Bronislava Kruchowski, de 16 años, hija de Uladislao Kruchowski y Clementina Cichanowski, residentes en Apóstoles. Juan Alfredo contó que para la época del gran desánimo del abuelo Julián, la pareja en masa ya tenía una hija y Bronislava esperaba a su segunda niña.
“Vamos a vender todo y vayamos a Estados Unidos dijo el abuelo. Y cuando le propusieron a mi abuela materna y a mi madre, vender todo, mi madre se opuso y la abuela también. Acá estamos bien, tenemos alimento, hemos progresado, con bastante ganado para una propiedad que era de 83 hectáreas, allí donde está La Cachuera”. Juan Alfredo, quien nació el 10 de julio de 1927, recordó con cariño esa anécdota familiar.
Más prudente, la abuela Clementina propuso que, en vez de liquidar todo, fueran a trabajar a Buenos Aires, reunieran dinero y financiaran el viaje al norte. La experiencia porteña, en la que se embarcaron su abuelo Julián y su padre Juan, resultó provechosa. El muchacho inmigrante vio por primera vez cómo funcionaba un torno y las maravillas que podía hacer lo que a él le costaba mucho extraer del hierro candente en la fragua de Apóstoles.
“El alemán Otto, dueño del torno, le tomó afecto a mi papá, quien se paraba cada día en la puerta de su taller a ver cómo funcionaba el torno. Le hizo pasar para que observara de cerca y después le enseñó cómo funcionaba. Y cuando regresaba a Misiones le regaló tres fresas de acero, porque papá decía que iba a fabricar un torno”, recordó.
En la introducción del libro “Historias de mi familia”, la historiadora María Cecilia Gallero colocó una foto de La Cachuera y unas gallinetas que según don Pancho, con la frase de Gabriel García Márquez “la vida no es la que uno vivió sino cómo una la recuerda y cómo recuerda para contarla”. Gallero usó esa expresión por ser “la adecuada para introducir el libro donde don Pancho narra la historia de sus abuelos y de sus padres, una historia novelada para hacer más amena la lectura pero sustentada en hechos reales”. La investigadora destacó su impulso a la empresa familiar, su defensa de los pequeños productores de la yerba mate impulsando el partido Agrario misionero y su elección como diputado. Con el apoyo de las entidades agrarias elaboró un proyecto para prohibir la importación de la yerba mate acordada por el centralismo y lo logró, 16 mil productores minifundistas fueron beneficiados con esta ley.
La historia hubiera sido diferente, ni habría existido la yerba Amanda, si los Szychowski cumplían su plan de mudarse a EE.UU. Pero la situación mundial, a consecuencia de la guerra, modificó sus planes. Ya de vuelta en Misiones, Julián y su hijo Juan se dedicaron a instalar el primer molino, en el que se molía maíz, un segundo para moler maíz y procesar arroz y el tercero para los mismos productos.
“Mi abuelo murió en 1923, –lo vio trabajar dos años y medio al molino-, y era tal su amor por su creación que la siesta la hacía en el mismo molino. Se recostaba sobre la pared de madera y se adormecía con el ruido de la molienda de maíz. Decía que ese trac-trac era su arrullo”.
Pareciera que era el lugar que el hombre había elegido para morir. “Mi papá estuvo con él media hora antes de que falleciera, estaba perfecto. Se había sentado para dormir, lo dejó para ver el sitio donde iba a construir el tercer molino, y cuando volvió, el padre había muerto. Tenía 50 y tantos años y era la edad media (de vida) de aquella época”, agregó el nieto.
Juan no se amilanó y en 1931, ya había construido su tercer molino. “Lo inauguró donde está hoy el Museo Histórico Juan Szychowski. Había plantado 15 hectáreas de yerba mate y cosechaba más o menos 50 mil kilos de yerba canchada, pero le autorizaban a cosechar solo el 50 %, por eso decidió hacer un molino de yerba, pero le faltaba capital”, agregó.
Surge allí la figura del mecánico norteamericano Lucio Paniagua que tenía su taller en Oberá (ver nota aparte). El abuelo de Juan Alfredo se asoció con Paniagua y así en 1937 pusieron en marcha la primera empresa que se llamó Juan Szychowski y Compañía, que funcionó hasta 1939 cuando los Paniagua se mudaron, primero a Bolivia y luego a Buenos Aires, vendiendo su parte. A principios de la década del 40 la firma pasó a llamarse Juan Szychowski e Hijos. El matrimonio de ya veteranos inmigrantes tuvieron 4 mujeres y 4 varones, inaugurando un fecundo tronco familiar.
En la empresa
Pasaron algunos años hasta que Pancho se sumara a la empresa y comenzara a liderar una firma yerbatera que hoy es la segunda en volumen de producción y venta en la Argentina. “Mi padre lamentablemente no tuvo visión empresarial. El quería hacer todas las máquinas y las empaquetadoras. Tuvo ideas de avanzada para su época, pero había talleres con otra tecnología y, por ejemplo, nosotros le demostrábamos que comprando una cosechadora Fontana se pagaba en un año, íbamos a crecer y tenía menor costo que los paquetes que hacía él con su prensa. Pero él tenía un amor a su trabajo que cada dos o tres años cambiaba la máquina del molino; hacía una nueva y fue avanzando en las embolsadoras que están en el museo. Y falleció lamentablmente en 1960, con 70 años por un cáncer de esófago”.
Los sabrosos recuerdos de don “Pancho” sobre los inicios de La Cachuera y de temas como la elección del nombre de su producto, merecen un párrafo aparte. Algunos se sorprenderán cómo un comentario casi frívolo de un extraño puede abrir camino a una marca. O como la casualidad de un auto que necesita un ajuste de bujías desemboca en la inversión necesaria para el primer escalón de una empresa que hoy es un ícono de Misiones.
Con el brillo de la farándula radial
Una broma frívola, durante el festejo de un cumpleaños de quince, desencadenó el cambio de nombre de la yerba La Cachuera por el de Amanda. A don Juan Alfredo Szychowski le presentaron a un personaje pintoresco y bromista, Dardo “Lalo” Perone, quien también había sido invitado al festejo de la hija de un distribuidor de la yerba “La Cachuera” en Goya, Corrientes.
Fue en un período de su vida en que don Pancho trabajó como viajante, acompañado por Raúl “Rulo” Sánchez. “Vendía aceite Castro ldifícil de colocar porque era muy caro, productos del Frigorífico ‘La Negra’ que representaba mi hermano y las galletitas de Criollitas, que representaba Sanchez y Mancini, que Hugo Sánchez me daba para que le venda a los minoristas. Además, por supuesto, la yerba familiar de los Szychowski.
En esa fiesta, a la que concurrió con Rulo, recordó que “me presentaron a un dandy Dardo Lalo Perone, quien dijo: ‘¡Ah, La Cachuera!, yo le hago la publicidad para su yerba’”. Y ante el asombro de don “Pancho”, quien le preguntó si se dedicaba la publicidad, el chistoso respondió: “¡No señor no me discuta, si Usted no toma la Cachuera se pueda ir a la gran puta”. “Nos reímos, yo me sumé y lancé una carcajada. Y a continuación me dijo la más chistosa: ‘Esto lo sabe cualquiera, que en la vida hacen roncha, en el matear La Cachuera,…”.
Y ahí frenó nomás su relato porque el contenido que seguía era un poco picante. “Entonces le dije a papá: tenemos que cambiar la marca, y por qué me dijo. Cuando le conté me respondió ‘bah, bah, bah’, algo que me decía cuando le gustaba o no algo, ‘qué ideas tiene este hombre, pero son buenas’. Y entramos en la necesidad de cambiar”.
En la discusión, agregó, “ya intervinieron mis hermanas, mamá, todos. Y en aquella época se escuchaba en radio El Mundo una novela en la cual trabajaba Amanda Ledesma y le pusimos el nombre en la lista”. “Y pusimos 18 nombres en la lista, entre ellos muchos en guaraní porque ya influía Taragüí, Chimiray, Iberá, Cascada, Yasy; y le dije a Papa vamos a agregar Amanda”. Y ese fue el nombre elegido para una de las yerbas más famosas. Tanto que prefiere saborearla el propio Papa Francisco.
La contienda no fue fácil, pero al final la apuesta “electoral” de don Pancho ganó la contienda. A don Juan le parecía que era un nombre demasiado femenino. Decía, recuerda su hijo, que “la yerba es cosa de gauchos, bien de hombres”. Así nació el nombre que reemplazó a La Cachuera.
“La primera marca que tuvo papá con (Lucio) Paniagua fue Aroma, una linda marca, pero no la registraron y la registró un oportunista y les quería vender la marca a un precio imposible de afrontar para ellos. Entonces papá le puso La Cachuera, que en Misiones era aceptada porque antes, el comercio del sur de Misiones, con Santo tomé, con Vuelta de Ombú, se hacía por la cachoeira. Esta coincidía con la cachoeira que dio nombre a La Cachuera, un nombre que no es castizo ni portugués”. De primera mano, un testimonio que no deja lugar a dudas.
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