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Sin barbijo y ante 500 personas: cómo fue la primera audiencia del Papa con fieles después de seis meses

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Barbijos, alcohol en gel, distanciamiento social. Pero también mucha emoción. Fueron los ingredientes de la primera audiencia general que el Papa volvió a tener hoy con fieles después de seis meses de «ayuno» debido a la pandemia del coronavirus. La vuelta del cara a cara con el Pontífice, el único sin mascarilla y evidentemente feliz, no tuvo lugar en la Plaza de San Pedro, como es tradición, sino en un espacio mucho más pequeño, pero igual de impactante: el Patio de San Dámaso, recinto al que suelen llegar los jefes de Estado u otros visitantes ilustres cuando son recibidos por el jefe máximo de la Iglesia católica, en el Palacio Apostólico.

 

En este maravilloso lugar, rara vez accesible y diseñado hace 500 años por artistas de la talla de Miguel Ángel, Rafael y Bramante, el Vaticano armó una nueva escenografía. Como aún están prohibidas las aglomeraciones porque el virus, aunque bajo control, sigue circulando, colocó 500 sillas, por supuesto distanciadas.

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A partir de las 7.30, allí comenzaron a llegar decenas de fieles de todo el mundo, muchos sacerdotes, monjas, familias, turistas y romanos, todos conscientes de estar protagonizando un momento único. «Es emocionante estar aquí, esto demuestra que todo se está normalizando», dijo Anna Meconi, una guía turística polaca, que vive en Italia desde hace 20 años. «Todas las guías turísticas hemos perdido el trabajo, la situación es difícil, durante el lockdown lo vi al Papa rezando sólo en la plaza y apenas me enteré que retomaba las audiencias con fieles quise venir a acompañarlo para rezar por tiempos mejores», agregó.

 

A diferencia de los tiempos pre-coronavirus, nadie necesitó ticket de entrada para participar de la audiencia general. Sí todos debieron sortear los controles de temperatura y de seguridad que hay debajo de la columnata de Bernini y lavarse las manos con alcohol en gel disponible en dispensers presentes a lo largo del recorrido, muy bien señalizado, para llegar hasta el Patio de San Dámaso.

 

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Aunque no tuvo un baño de masas como los que solía tener en tiempo pre-Covid, debido a la cantidad mucho menor de gente, al llegar a la cita, pasadas las 9 de la mañana, a bordo de su modesto Ford Focus azul, Francisco fue saludado por aplausos y algunos gritos de «¡Viva il Papa!». Entonces impresionaba el silencio de la multitud, muy tímida y nada eufórica. Fue el exarzobispo de Buenos Aires quien, después de 189 días sin audiencias generales presenciales -la última fue el 26 de febrero y luego hubo solamente por streaming desde la Biblioteca del Palacio Apostólico-, rompió el hielo. Fiel a su estilo de pastor, comenzó a saludar como siempre, uno por uno, a las personas que enseguida se acercaron al corralito que delimitaba el corredor que lo llevó hasta su estrado. Bendijo presentes, firmó cartas, intercambió una papalina con un cura, hizo chistes y tomó y besó la bandera del Líbano que le acercó un sacerdote de ese país.

 

«Después de muchos meses retomamos nuestro encuentro cara a cara, no pantalla a pantalla… ¡Esto es lindo!»

 

Francisco destacó la importancia crucial de la solidaridad, que consideró una cuestión de justicia. «La solidaridad hoy es el camino hacia un mundo pospandemia, hacia la curación de nuestras enfermedades interpersonales sociales. No hay otro», dijo. «O seguimos el camino de la solidaridad o las cosas serán peores», advirtió. «Quiero repetirlo: de una crisis no se sale iguales que antes, se sale mejores o peores. Debemos elegir. Y la solidaridad es un camino para salir mejores, no con cambios superficiales, con una mano de pintura y listo. ¡No! Mejores«, insistió.

 

Llamamiento del Papa por el Líbano

Al final, Francisco lanzó un llamado a la comunidad internacional para que ayude al Líbano a salir de la grave crisis en la que se encuentra después de la terrible explosión del 4 de agosto pasado y convocó a una jornada de ayuno y oración para el viernes próximo. Lo hizo acompañado por Georges Breidi, sacerdote libanés que había saludado al principio, al que mandó a buscar entre la multitud, en un gesto improvisado que conmovió a todos.

 

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Terminada la audiencia, como siempre Francisco se acercó a felicitar a parejas de recién casados, vestidos de novios. Evidentemente sediento del contacto cara a cara con la gente, luego el Papa, muy sonriente, se quedó largo tiempo saludando, uno por uno, a decenas de fieles. Bendijo a un niño enfermo que le acercó una monja, recibió dones y bromeó con compatriotas presentes. Cuando volvió a subirse al Ford Focus azul que lo esperaba para volver a la residencia de Santa Marta, entre aplausos, su rostro irradiaba felicidad.

 

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Fuente: La Nación

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