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Un mayordomo, la hija de una familia adinerada y un misterio sin resolver: “No fue una adopción, hubo un entregador”

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Para los 15 años, Marcela Zaleski recibió un regalo particular: la noticia de que no era hija de sus padres. Años más tarde, mientras buscaba a su madre biológica, un tío le habló de la hija de un estanciero en Misiones y un embarazo prohibido, una versión que, hasta hace poco, Marcela creyó que era «una fábula».

 

La foto es de su cumpleaños de 15. Marcela tiene un vestido de gasa rosada, una flor en el pelo, un cuchillo en una mano y una torta de dos pisos para repartir. Es ella -que ahora tiene 54 años- quien elige esa foto para comenzar a contar su historia. Un poco porque se ve que el festejo no alcanzó para borrarle la tristeza de la mirada; otro poco porque, una semana después de ese cumpleaños, su padre -o quien creía que era su padre- le dijo “vení, vamos a tener una charla familiar los tres”, mientras su madre -o quien creía que era su madre- lloraba desconsoladamente, como jamás la había visto llorar.

“Pensé que me querían contar que se iban a separar”, arranca Marcela Zaleski en diálogo con Infobae, y se ríe de su inocencia adolescente. Pero no fue eso lo que pasó en esa casa de Don Torcuato. “Él me preguntó: ‘¿Qué pensarías si te dijera que no sos hija nuestra?’. Yo, instantáneamente, le contesté que eso era imposible, ‘¿cómo no voy a ser hija de ustedes si estoy acá?’”. “Él”, quien hasta ese día se suponía que era su papá, se llamaba Andrés González, un hombre de campo casi sin estudios formales.

 

Fue un “regalo de 15″ particular. ¿Por qué esperar a una fecha tan emblemática para decirlo? “Dijo que cuando me recibió juró que cuando cumpliera los 15 me iba a decir la verdad”, sigue Marcela. Fue, sin embargo, un retazo de verdad, porque le contó que habían ido a buscarla a Mar del Plata cuando era recién nacida pero que no sabía quiénes eran sus padres biológicos. Mar del Plata no era un punto clavado al azar en el mapa: “Allá vivía mi tío, un griego ortodoxo hermano de mi mamá”.

 

A Marcela no terminó de resultarle extraño que Catalina Volicakis, la mujer que la criaba, no fuera su madre. “No, porque más que madre fue un horror. Yo crecí en un hogar muy violento y sufrí de parte de ella todos los abusos que te puedas imaginar, incluido el sexual. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi vida es de los 3 años más o menos. Se ve que alguien me había hablado de Jesús y del cielo y yo le rezaba para que me llevara con él. Quería dejar de sufrir, le pedía que por favor me sacara de acá y me llevara con él”.

 

Marcela era una nena cuando empezó a sentir que no encajaba en esa casa de Don Torcuato. Que aunque la violencia era el lenguaje familiar, a ella le causaba rechazo:

 

“Mientras más conocía a las familias de los otros chicos del colegio más cuenta me daba de que la vida podía ser de otra manera. Había chicos que vivían bien, que tenían madres que los querían, que los ayudaban, que los acompañaban. En mi casa, la mía me decía ‘porquería’, ‘basura’, me tiraba las cosas que para mí eran importantes, incluso decía que yo era un obstáculo en su matrimonio porque le había robado la atención de su marido. Todo era una tragedia griega, siempre decía ‘para vivir así mejor morir’, ‘qué injusto todo’. Muchas veces mi viejo, que era bastante bruto, le pegaba y decía que era para corregirle la locura. Muy lindo todo”.

 

Marcela todavía no sabe si se debe a sus verdaderas raíces o fue su imaginación de niña que la ayudó a sobrevivir, pero dice que ella siempre se sintió de “otro palo, como si fuera de la Realeza”. Lo que sí sabe es que Andrés González y Catalina Volicakis la recibieron cuando ya llevaban 10 años de casados.

 

“No es que desearan tener un hijo, fui impuesta. Como mi madre vivía enferma y amenazaba con suicidarse, creyeron que la solución al problema era un bebé para que se entretuviera. Como un perrito, sólo que a un perrito lo tratás mejor”. La tristeza en la mirada no está solo en la foto del cumpleaños de 15: recorre la mayoría de las imágenes de esa época, desde que era una nena.

 

A los 14 años, con más necesidad de tener un salvoconducto para salir de esa casa que ganas de enamorarse, Marcela empezó una relación con un joven mayor que ella. “Me puse de novia con alguien que, por supuesto, seguía al pie de la letra el código de psicopatía. Yo no me sentía parte de ese código de manipulación y violencia pero la verdad es que tampoco había aprendido a relacionarme con alguien de otra manera. Movía los ojos y ya me decía que era una puta. A los 16 años me quise suicidar. No me acuerdo qué había pasado, lo tengo bloqueado, pero sí que estaba él y mi familia y yo me alejé y tomé un montón de pastillas juntas”.

 

A los 19 años, sin embargo, se casó con ese joven, “con el horizonte puesto en irme a la mierda de esa casa, a pesar de que era una relación tortuosa”. Siete meses después, se separó. Ahora sí, ya sin ataduras y en pleno armado del puzzle, “reaccioné”. Fue a los 20 o 21 años que viajó a Mar del Plata -uno de los puntos, además de Don Torcuato, marcados en el derrotero de su origen- a confrontar a su tío para ver qué sabía de su verdadera identidad.

 

“Le insistí muchísimo. Y de tanto insistir me contó una historia que, hasta hace poco, pensé que era una fábula”, revela Marcela. “Me dijo que mi mamá biológica era una chica jovencita, hija de los dueños de una estancia en Misiones. Que quedó embarazada del mayordomo y que la familia la mandó a Mar del Plata, a 1.500 kilómetros de la vista del resto, no sólo a parirme sino a pasar el embarazo entero lejos. En Mar del Plata vivía una partera de apellido Rosenthal que tiene varias varias acusaciones de este tipo. Según dijo mi tío, nací en la casa de la partera y mi mamá biológica me tuvo con ella mis 3 primeros días de vida. Le dijeron que me iban a llevar a vivir a Grecia, tal vez para que no me busque”.

 

Era 1965 y el plan -sigue- “era luego darme en adopción. No sé si mi tío tenía una sociedad con la partera o qué pero fue él quien ofició de entregador, eso por supuesto no fue una adopción legal, mi partida de nacimiento está truchada. Fue él quien me entregó a su hermana con el propósito de que yo le hiciera olvidar a la pobre Catalina de todos sus problemas”.

 

Marcela también sospechó que ese tío podía ser su padre biológico, aunque él lo negó. “Durante décadas creí que era todo un cuento con personajes bien lejanos para que no encontrara a mi mamá nunca. Mi tío sabía el nombre pero me decía ‘¿y para qué querés saber a esta altura?’. Decidió llevarse el secreto a la tumba”.

 

Para esa misma época, con más dudas que certezas, Marcela descubrió su vocación por el teatro y empezó su carrera de actriz, “lo que me salvó la vida, porque aprendí a identificar lo que me estaba pasando y encontré un espacio para poder canalizarlo”. Actuó en novelas conocidas como “Más allá del horizonte”, con Grecia Colmenares y Osvaldo Laport, “El precio del poder”, con Hugo Moser, “Celeste siempre Celeste”, con Andrea del Boca y Gustavo Bermúdez, entre otras.

 

En ese camino se acercó a Sara Cobacho, madre de dos hijos desaparecidos en la última dictadura militar y referente de Madres de Plaza de Mayo. Cobacho fue, además, secretaria de Derechos Humanos bonaerense desde 2007 hasta 2012, el año de su fallecimiento.

 

“Ella me instruyó, me mostró que yo no había sido adoptada sino apropiada. En mi familia todos sabían que habían hecho algo ilegal porque cuando le informé a mi madre que iban a llamar de Derechos Humanos me contestó: ‘¿Yo no voy a ir presa, no?’. Una vez, cuando yo tenía 40 años, le reclamé por qué nunca me había dejado salir ni a jugar a la vereda, y ella me contestó ‘porque tenía miedo de que viniera tu mamá y te llevara’. Ella sabía que había una mamá que podía estar buscándome”.

 

Catalina, la mujer de la que habla, “mi madre adoptiva o apropiadora”, murió el 9 de mayo en plena cuarentena. Tenía 91 años, vivía en un geriátrico y tenía Alzheimer. Marcela terminó denunciándola por los abusos.

 

Marcela tuvo dos hijos y ahora es abuela de tres nietos. Hace unos años con la ayuda de Patricia Holmes, otra mujer que busca sus orígenes y dirige el grupo “Completando mi historia”, Marcela se enteró de que existía algo llamado “Family tree”, el único recurso con el que cuentan “los otros apropiados”, es decir, los niños que fueron apropiados fuera de los límites de tiempo de la última dictadura militar.

 

“El Family Tree es un estudio de ADN que se hace en un banco genético mundial y te dice, por un lado, cuáles son tus etnias (de qué regiones eran tus ancestros: porcentaje de sangre europea, nativo americana, judía, etc.), y por otro lado, compara tu muestra con todas las muestras ya ingresadas y te dice si hay gente en el banco que comparta segmentos de ADN con vos”, explica Holmes a Infobae. En la práctica, “los otros apropiados” envían a Estados Unidos un kit con un hisopo que antes se frotan en las encías y por las caras internas de las mejillas.

 

Marcela compró el kit pero tardó meses en hacerse el hisopado. Una vez que llegó el resultado, tardó un par de meses más en animarse a leerlos. “Para mi sorpresa, me encuentro con varios lazos sanguíneos de apellido portugués o brasileño. Todo aquello de la jovencita de la estancia en Misiones y el mayordomo, que estaba segura de que era una fábula para despistarme, de repente podría ser real, por la cercanía entre Misiones y Brasil”. No tiene más información que esa, por lo que sabe que también cabe la posibilidad de que no sea real.

 

Lo que sigue es lo único que busca, lo que dejó plasmado en una carta que escribió en el grupo “Dónde estás?”, que tiene casi 600.000 miembros. Lo escribió el domingo pasado durante el “Día de las infancias”, la nueva forma de llamar al “Día del niño”.

 

Mamá, si estás ahí, yo estoy acá.

Podríamos estar juntas.

Te mando un abrazo y un beso enorme.

Tu hija, que te necesita.

 




 

 

 

 

Fuente: Infobae

 

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