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Miedo al miedo

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Hablemos de nuestros miedos, de los que nos llevamos a la cama cuando cerramos los ojos e intentamos conciliar el sueño, pero no podemos. Miedos que nos paralizan, que nos impiden vivir en plenitud y alcanzar lo que buscamos.

Miedos que nos acechan porque no los nombramos, porque tratamos de encerrarlos bajo mil llaves y códigos de seguridad diferentes, sobre todo cuando estamos frente a otros. Miedos que a algunos nos persiguen desde pequeños, miedos que creímos que ya habíamos superado y sin embargo, cada tanto, se nos sientan en el borde de la cama y se descostillan de risa, porque siguen demasiado vivos como para ser olvidados.

Miedo a hacer el ridículo hablando de mis emociones, de lo que siento, o de lo que me atraviesa. Miedo intenso a demostrar lo que me duele, como si los demás no fueran humanos como yo, y esperaran que reaccione a las situaciones como una maquina expendedora de cubitos de hielo. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias, como si las situaciones tuvieran altura y yo pudiera alcanzarlas.

Miedo a no saber, a no tener una respuesta para dar, como si necesitara conocerlas a todas, y mostrarme con dudas fuera un pecado capital. Miedo a la ignorancia, a la incompetencia, a la brutalidad, como si de repente en cada esquina de mi ciudad hubieran máquinas para medir que tanto sabemos o desconocemos. Miedo a abandonar o ser abandonada. Miedo a terminar, a lastimar, como si de mí dependiera todo lo que sucede en los vínculos, y fuera la única responsable de lo sucedido.

¿Qué hacemos con el miedo? qué hacemos si la lista propia o ajena se vuelve cada más larga y abultada que ya ni recordamos a qué le teníamos miedo, ¿comenzaríamos a tener miedo al miedo? Cómo lidiar con las sensaciones de angustia acerca del futuro cuando en la mayoría de los casos no son reales, si no por el contrario, 100% imaginadas por nosotros mismos.

Cuando tenemos miedo, por situaciones que aún no sucedieron y que nosotros las creamos en nuestra imaginación, es como si sonara una alarma que arranca con un sonido tolerable y al rato de estar escuchándolo se vuelve cada vez más fuerte e insoportable. Entonces, la bocina que servía para recordarnos que debíamos practicar o prepararnos más antes de dar el salto al vacío, se convierte en el contador de descuento de una bomba – fabricada por nosotros – a punto de estallar. Nuestro cuerpo, y nuestra mente dejan de funcionar normalmente, la sangre se concentra en nuestras extremidades y nos sentimos listos para salir corriendo y huir o preparados para atacar. Los miedos imaginados nos paralizan y no nos permiten dar hacia adelante un solo paso, nos llevan hacia adentro, nos repliegan, y entramos en modo supervivencia. La creatividad se nos va al tacho y las posibilidades de encontrar nuevas estrategias para salir adelante, también.

Necesitamos aprender a vivir con nuestras diferentes emociones, entender que algunas como el miedo – si las alimentamos demasiado – dejan de colaborar con nuestra supervivencia, y comienzan a ser altamente tóxicas y disfuncionales, al punto tal de desesperarnos. Pero para lograrlo la mejor opción será la acción de enfrentar aquello que tememos, porque nuestros miedos desaparecen cuando dejamos de pensarlos, y atravesamos con coraje el desafío de transformarnos.

 

(*) Lic. Sol Jouliá 
www.soljoulia.com.ar
instagram: @soljouliaok

 

 

PE

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