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Recuerdan la difícil travesía de inmigrantes ucranianos a la Argentina y destacan su rol en Misiones

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Hoy elige presidente Ucrania, un país que sufrió invasiones, pérdida de territorio, hambrunas y el desastre de Chernobyl. Infobae elaboró un informe donde cuenta las conmovedoras historias y desafíos que debieron afrontar aquellos inmigrantes ucranianos en Argentina y de su llegada a Misiones, donde cumplieron un rol importantísimo para nuestra provincia.

En 1897 los primeros inmigrantes ucranianos que llegaron a la Argentina, cuando su tierra -la Galitzia de los Cárpatos- formaba parte del imperio austro-húngaro. Se instalaron en Misiones y se dedicaron a plantar maíz, porotos, zapallos, verdura, arroz y algo que para ellos era una absoluta novedad: yerba mate.

Con los años, oleadas sucesivas de ucranianos llegaron especialmente a Apóstoles y desarrollaron esa industria con nombre propio: “Rosamonte”, de la familia Hreñuk; “Romance”, de los Gerula; “Kalena”, obra de los Procopio; “Berjovena”, de los Ostapowiczs y “Vesna”, fabricada por Alberto Spasiuk, uno de cuyos descendientes, el acordeonista Chango Spasiuk, simboliza la integración musical entre la raíz centroeuropea y la tierra colorada que los cobijó.

A principios de la década del 30 la actividad yerbatera se afianzaba en Misiones, gracias al esfuerzo de la inmigración ucraniana. En ese mismo momento, en la lejana Ucrania, se desataba la tragedia conocida como Holodomor.

Esta palabra (se acentúa en la última “o”) ensombrece el rostro de Mariana Atamás, una ucraniana de 35 años que vino a los 15 y hoy es violinista de la Orquesta del Tango de Buenos Aires:

-Fue un genocidio cometido por Rusia, que recién hoy está saliendo a la luz. Necesita ser hablado, para que nunca más vuelva a suceder en ningún pueblo.

Alta, rubia, muy bella, se la veía de madrugada por la avenida Juan B. Justo. Cargada con termos y bolsas, vendía café y facturas. Sus habituales clientes -taxistas, encargados de estaciones de servicio, policías- sabían que era ucraniana. Y comentaban que en su país había sido médica.

Era la década del 90. Muchas historias parecidas poblaban Buenos Aires. A favor de un convenio de visas de trabajo entre Argentina y Ucrania, comenzaron a llegar los inmigrantes de ese país, que acababa de obtener su independencia en 1991, luego de haber sido una de las 15 naciones integrantes de la URSS.

Habían conseguido la libertad, sí. Pero faltaba trabajo y había que buscar nuevos horizontes.

Eso fue lo que hizo Svitlana Diachenko. Hoy es costurera, tiene su taller en la calle Lambaré, en Almagro. Y me cuenta:

-Yo nací en Lviv, en el oeste, muy cerca de Polonia. Vine hace 19 años. La visa para Argentina era la más barata, 25 dólares, no me alcanzaba la plata para ir a Estados Unidos o a algún país europeo. Yo era divorciada, mi marido se había ido a Canadá a probar suerte y se quedó allá. Cada tanto me mandaba 50 dólares, pero había mucha delincuencia, mafia. Se enteraron, me descubrieron y me exigían la plata: “Te mato, dame los dólares”.

Olga Demczuk, otra ucraniana que emigró a nuestro país y que ya tiene nietas argentinas.

-Fue terrible… la ciudad donde yo nací se llama Karkiv y allí fue donde más muertes se produjeron. Fue en 1932 y 1933. Rusia quería que la gente que tenía un campo y trabajaba la tierra se colectivice. Los obligaban a darle los granos al gobierno, al partido. Las vacas, todo. Confiscaban todo por la fuerza ¿Sabés que significa Holodomor? “Matar de hambre”. Si la policía se enteraba de que no habían entregado al estado todas las semillas, iban y los mataban. Si veían que de noche de alguna casa salía humo, miraban porque era que alguno estaba cocinando… iban y revolvían todo y les sacaban los granos y los mataban.

Anne Applebaum, columnista de The Washington Post, publicó hace algunas semanas su libro Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania, donde señala “la planificada matanza por hambre de casi 4 millones de ucranianos”.

Los documentos señalan que se expropiaron las granjas y que los agricultores que se opusieron fueron fusilados o deportados a Siberia. En Buenos Aires, el testimonio de Olga le agrega dramatismo a ese contenido literario:

-La gente se desesperaba y trataba de escapar. Durante años y años no se habló de eso. Y en las familias había temor, nadie quería hablar, había mucho miedo, miedo a que te delataran, a que te vieran o a que te oyeran. Cuando yo era chica no se decía nada. Mi abuela me lo contó muchos años después.

La espontánea versión de Svitlana, con su marcado acento ucraniano, tiene todo el valor de la autenticidad:

-Holodomor… tema de política comunista. En Ucrania la gente tenía campos, vacas. Ellos sacaron trigo y se llevaron a Moscú y gente murió de hambre. Una tía mía murió. Y mi abuela guarda los granos en bota para darle de comer a los hijos. Hablar era peligroso. Mucha gente no entiende. Los rusos mataron 7 millones. No se podía hablar. Mi abuelo hablaba despacio, sólo cuando estaba oscuro. Una vecina de enfrente enloqueció de hambre y se comió a su hijito.

El libro de Anne Applebaum es uno de los primeros en revelar qué pasó en Ucrania en 1932 y 1933:

–Fue un exterminio totalmente planeado. Stalin sabía que la gente se estaba muriendo y que iba a morir más gente y no lo impidió. Más aún lo empeoró, como refleja la tasa de mortalidad de la primavera de 1933. Los rusos querían debilitar a Ucrania y poner fin al movimiento nacional para siempre. La hambruna no fue consecuencia de una sequía o de una mala cosecha, sino de una política planificada, que confiscó la producción y bloqueó los poblados.

Natalia Shevchenko tiene los ojos muy claros, como Svitlana, como Mariana, como Olga. Y se le humedecen cuando evoca:

-En la época de Holodomor, el fin de Stalin era matar a la nación, porque los ucranianos tenían un sentimiento nacional y además Ucrania era la granja de la URSS. Los querían oprimir. Yo tengo casos en mi familia de gente que murió. De ninguna manera es inventado.

Ella vino a la Argentina en 1998 y su historia es parecida a todas las demás:

-En 1993 comenzó el sistema abierto de visas entre Argentina y Ucrania, en la época de Menem. Yo tenía 25 años y mi título de directora de coros y profesora de disciplinas musicales.

Natalia llegó con la ilusión de trabajar en la Argentina. Pero su título profesional no le sirvió, no lo pudo homologar:

-Traté de revalidar el título. Fui al Ministerio de Educación y Ucrania ni siquiera estaba en la lista de países con convenio. Revalidar era un sueño inalcanzable. Trabajé un año de camarera, luego otro año de niñera, luego otra vez de moza. Entonces se me ocurrió estudiar hotelería. Me dijeron “traé tu título secundario y ya está”. Pero mi título de Ucrania no servía… y yo ya tenía 27 años.

Lo que cuenta Natalia le ocurrió a muchos, a muchísimos.

Muy impactante es la historia de Valeri Shajov, en las antípodas ideológicas, que tiene su negocio de artículos de camping en la calle Río de Janeiro al 800. Tiene 71 años y llegó a la Argentina en 1994:

–Yo era médico y cirujano. Luego de la caída de la URSS, fue muy triste, arruinaron el país en el que yo nací, yo soy de la URSS, no podíamos vivir económicamente. Mi sueldo era de 13 dólares por mes. Con mi esposa, que es doctora en farmacia, pensamos en irnos a Polonia. Teníamos amigos allí, hablábamos el idioma. Pero no era fácil. Un amigo me dijo que Argentina tenía un programa de inmigración.

Valeri me sigue contando:

-En el consulado argentino nos dieron unos papeles y nos dijeron “vayan con esto a la casa de la provincia de Neuquén en Buenos Aires… enseguida van a conseguir trabajo, porque Neuquén necesita médicos”.

Le pregunto:

-¿Era mentira?

Y aquí Valeri eleva la voz:

–¡Mentira, mentira, mentira! Yo había viajado solo, porque mi mujer se había quedado para vender todo, la casa, el coche. Y ya era tarde para volver atrás. Entonces busqué trabajo de médico en los hospitales. Y ahí supe que mi título no servía. Tenía que rendir desde la escuela primaria, la secundaria, toda la carrera en la universidad y después la residencia.

La esposa llegó, junto con su pequeña hija. Valeri trabajó de lo que pudo, sin saber el idioma: limpió supermercados, una pollería. Fue cocinero y también médico ilegal embarcado en un barco pesquero. Después abrió un negocio de rezagos militares y camping:

-Pero ya pasó mucho tiempo. Pensamos cerrar el negocio. Mi hija se recibió de médica y ya terminó su segundo año de residencia.

Ni la más convencional novelita cursi podría superar el final de su historia:

-Mi hija es médica en Zapala, Neuquén. Finalmente, terminaré viviendo allí, en el mismo lugar en el que no pude trabajar como médico.

Para Natalia, a los 27 años, volver a la escuela secundaria no fue un obstáculo:

-Lo hice libre, en un año. Me reconocieron matemáticas y otras ciencias, que son iguales en todo el mundo- De todo lo demás, di los exámenes. Mientras tanto hice cursos cortos, de otras cosas. Cosmetología, peluquería… Trabajé cuatro años en el salón de belleza del Hotel Hilton. A todo eso nacieron mis dos hijos.

Un día, Natalia quiso estudiar lo suyo:

–Yo soy música, me dije… desde los siete años toco el piano, hice el colegio de arte en Ucrania, la universidad, me recibí. Entonces quise volver a lo mío y como en 2016 Ucrania entró en el sistema de reválida con Argentina, empecé a estudiar de nuevo. Pero tengo otro problema, porque el trámite a distancia exige los programas de estudios de cuando yo cursaba en Ucrania… ¡Y ya no existen! Con todos los cambios políticos que hubo desde aquel entonces a hoy, vaya a saber qué pasó. Mi mamá, que sigue viviendo en Ucrania, fue al archivo pero los programas no existen. Me hicieron un certificado oficial, pero la computadora no lo reconoce…

El papá de Mariana tuvo una experiencia parecida:

–Él era ingeniero electrónico en Ucrania y quiso revalidar su título cuando llegó. Pero no se lo aceptaron. Estuvo trabajando hasta hace poco como programador y técnico electrónico. Porque vos no vas a encontrar ningún ucraniano que se haya muerto de hambre. El pueblo ucraniano es muy trabajador y muy emprendedor. Hay mucho paralelismo con los argentinos, por la capacidad de unos y otros de sobrevivencia y de readaptación.

Las historias de los inmigrantes, en todo el mundo y en todas las épocas, tienen similitudes. El miedo, la soledad, la incomunicación, son acechanzas habituales. Y una manera de saber cómo es un país es averiguar cómo trata a los inmigrantes. Por eso me reconfortó escuchar lo que confesó Svitlana, la costurera:

–Yo agradezco gente de Argentina. Argentina tiene corazón, te ayuda. No hay otro igual. Una vez me fui a Inglaterra, por una oportunidad. Estuve seis meses y ya no quería saber nada. Cuando baje de avión otra vez de regreso en Ezeiza mi corazón latía de alegría.”Yo quiero estar acá”, parecía que decía.

Sin embargo, una vez, algunos ucranianos regresaron. Fue alrededor de 1952, cuando la URSS hizo una campaña para que los ucranianos del mundo volvieran.

Ahora es Olga Demczuk la que relata una historia que muy pocos saben:

-Mi mamá es ucraniana y nunca había salido de Ucrania. Pero mi papá es argentino, él había nacido aquí. Su familia había venido después de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando escucharon que los invitaban a volver, se fueron otra vez. Entonces sus padres -mis abuelos- viajaron para allá y lo llevaron. Mucha gente hizo lo mismo. Les decían que iban a volver al paraíso, que iban a estar bien, que era una gran nación que iba a renacer. Cuando embarcaron, en el puerto de Buenos Aires, había gente que desde el muelle les gritaba que no viajaran, que los estaban engañando. Pero no lo creyeron. Incluso los tripulantes del barco les decían “para qué van, no vayan”.

-¿Y qué pasó cuando llegaron?

-En cuanto pisaron el puerto se dieron cuenta de que la verdad era otra, muy distinta, pero ya era tarde. Había un plan y les designaban un lugar, a mi papá que ya era un adolescente lo mandaron a Bielorrusia.

Los recién llegados fueron tratados como traidores a la patria, como delincuentes. Algunos pudieron volver, como en el caso de los padres de Olga, gracias a que su papá había nacido en la Argentina. Según se recuerda, Leopoldo Bravo, el entonces embajador de nuestro país en la URSS, logró la casi imposible repatriación.

Las familias fueron desmembradas y recién pudieron reencontrarse varios años después. Las consecuencias fueron muy dolorosas y Natalia lo explica de esta manera:

-Muchas familias quedaron divididas. La política de la URSS fue la de hacer una nación soviética, fueron 15 repúblicas, la política de ellos era mezclar a todos. Mi abuela era médica, se recibió en Ucrania a los 18 años. La mandaron a trabajar 3 años obligatoriamente a los Montes Urales, tenías que ir donde te mandaba el partido. Lo hacían para que se mezclaran las sangres. Mi abuelo es ruso, mi papá nació en Rusia, yo soy ucraniana. Media familia está en Ucrania, mitad está en Rusia. Pero es como un fuego que tenés adentro. No sabés cómo no quererlos. Hay que ser recontra diplomático cuando hay sangre de por medio. Es una grieta de verdad, hay que ser muy sabio cuando se trata de la familia y ellos son pro rusos y yo soy ucraniana… vos sos pro ruso yo soy pro ucraniana y te quiero matar porque no pensás como yo y viceversa. Vos no podés inculcarle su sentimiento por su país porque él creció allá uno no puede convencer a otra persona.

Es una grieta, de verdad. Svitlana también lo siente así:

–Rusia saca la gente con raíces y todo. A ellos no les importa. Mataron, como siempre… ellos agarran y creen que es suyo… no les importa, es la política de ellos. Acá en la Argentina hay gente que fue criada cuando estaba la URSS y fueron educados por ellos y tienen el cerebro lavado. No discuto con esa gente porque no tiene sentido… nos dicen “locos ucranianos”.

A la distancia, en otro país, ciertas dolorosas diferencias desparecen. Pero no se olvidan:

-Tengo varios tíos que terminaron en Siberia simplemente por hablar, por cantar en ucraniano – dice Mariana Atamás.

-Antes en Ucrania todo el mundo hablaba en ruso. Y al idioma ucraniano se lo denigraba. Trataban de que no se hablara. Decían que era un idioma para la gente inculta -agrega Olga.

-Hablar en ucraniano no era prestigioso y hasta era peligroso, porque te podían denunciar-confirma Natalia.

A pocas cuadras, en su negocio de camping, Valeri -el frustrado cirujano- patentiza la brecha que existe en la inmigración ucraniana:

-Tengo nostalgia por mi país, por la Unión Soviética. En esa época había educación para los chicos, trabajo, vacaciones… todo sin plata… medicina… no pobreza en la calle.Todos teníamos trabajo. No ricos, no lujo… pero vivíamos bien.

El cronista escucha todos los testimonios. También el de Svitlana:

-Acá se traslada a la Argentina el conflicto, por tema de política ¡Qué política! Acá estamos en Argentina. Por la política, ruso que tenía empleada ucraniana, la echó. Y al revés, ucraniano echó a ruso. Todo por la política. Ucrania está allá, qué política. Una locura. Familias se separaron, esposa ucraniana y marido ruso se separaron, por política. Una locura.

Los 12.816 kilómetros que separan a Buenos Aires de Kiev inevitablemente atenúan el eco de los conflictos. La vida en el nuevo lugar en el que se instalan nuevos objetivos. Así, Mariana suma a su actividad como violinista en la Orquesta del Tango de Buenos Aires la de integrante de la orquesta de Ariel Ardit y el grupo Sciamarella Tango:

-Con el Sciamarella estuvimos en Ucrania. Fue muy emocionante, allí conocimos a un cuarteto de tango ucraniano, el Trinidad Arfó.

Con ese dato, el cronista buscó en YouTube. Y el hallazgo fue inesperado.

Inesperadas son también las señales que ofrece la comunidad ucraniana en distintos lugares.

Por ejemplo, en cada kiosco de “El Jevi”, propiedad de Alexander Evterev, quien llegó a la Argentina junto a sus padres cuando tenía 9 años sin saber hablar en castellano y en 2012 empezó su cadena en Cabrera y Sánchez de Bustamante y ahora tiene 30 sucursales.

O en la paradoja del emplazamiento de su Iglesia Santa María del Patrocinio, catedral y vivienda de la comunidad ucraniana, ubicada al 3960 de la calle Ramón Falcón, aquel jefe de policía que fue asesinado por el anarquista Simón Radowitzky, nacido en Ucrania, en lo que hoy es Dnipró a orillas del río Dniéper.

Ese río pasa por la zona de exclusión de Chernobyl, donde el 26 de abril de 1986 se produjo la explosión de la planta nuclear, cuando Ucrania formaba parte de la Unión Soviética. Luego del desastre, que desperdigó nubes tóxicas por toda Europa, se dispuso una zona de exclusión de 30 kilómetros. Hubo miles de evacuados, durante muchísimo tiempo. Aún hoy, 33 años después, se desconocen exactamente las consecuencias de ese terrible accidente nuclear.

Luego del estallido, 5 millones de ucranianos se fueron de su país. Y 15.000 optaron por la Argentina:

-Nadie nos quería recibir, el único país que no puso restricciones para recibirnos fue Argentina. Estamos muy agradecidos- me dijo una vez Lesia Paliuk, presidenta de Oranta, una asociación de inmigrantes de Europa, en sus oficinas de la calle Tucumán.

En un primer momento, la tremenda noticia no se difundió. Natalia apela otra vez a sus recuerdos:

-Yo tenía 13 años… fue un caos. Para entender todo lo de Chernobyl uno tiene que saber un poco la historia de URSS y toda la mentalidad donde crecimos, cómo nos educaron en esa sociedad. Era todo como tenía que parecer y no como era en realidad. No se mostraba la realidad, muchas cosas se ocultaban, nosotros no sabíamos realmente la gravedad del caso. Lo supimos después de pasar muchos años.

Hoy, cuando un sarcófago gigante se ha instalado cubriendo los restos de la planta, mucha gente desafía las restricciones y vive en la zona.

En lugares como Pripyat, Samosely, Steshchyna o Paryshiv no sólo siguen viviendo viejos habitantes, algunos octogenarios, sino que en los últimos tiempos han llegado nuevos moradores, porque las casas están baratísimas, casi regaladas.

Son personas que llegan del este de Ucrania. De Donbass, el corazón de la industria del carbón, donde las ciudades de Donetsk y Luhansk están sufriendo una guerra de la que buena parte del mundo no se ha enterado.

Lugares que son bombardeados día y noche. Por eso se instalan en las viviendas que fueron abandonadas luego de la explosión nuclear, exponiéndose a las consecuencias de la radiación.

Maryna, que huyó con sus hijas de Toshkivka, una gran ciudad industrial de Donbass, confesó:

-Es mejor vivir con radiación que con guerra. En todo caso, nos puede matar lentamente, pero no nos dispara ni nos bombardea…

En Buenos Aires, Natalia señala:

-Los aviones que bombardean son de Rusia.

Y Svitlana reflexiona:

-Rusos hicieron la guerra… hacen pelea de unos con otros. Nosotros tratamos de traer parientes acá. Yo saqué a un sobrino de la guerra.

Y dice Mariana, la violinista:

-Geográficamente estamos muy lejos y es poca la información que llega. Pero hoy están muriendo chicos de 19 años, todos los días, todos los días. Están luchando en el este de Ucrania, en la frontera. Es una guerra.

Mientras tanto, otros ucranianos son noticia en el mundo. La cantante pop Maruv fue obligada por la televisión de Ucrania a renunciar a su participación en el certamen de Eurovision: se la consideró poco decidida a condenar la invasión rusa a Crimea.

Por su parte, el campeón mundial de boxeo Vasyl Lomachenko, considerado uno de los mejores pugilistas de la historia y que peleará el 12 de abril en Los Ángeles, se definió en sentido inverso: “Estoy orgulloso de haber nacido en Ucrania. Me siento feliz cuando tomo una bandera ucraniana después de una pelea y demuestro que soy un chico ucraniano, que soy de Ucrania”.

En estas horas, Ucrania, ese país en guerra, con una honda grieta política, elige presidente. Se registraron 44 candidatos. En las encuestas, el candidato con mayor intención de voto es alguien sin pasado político: Volodomir Zelenskiy, un cómico de la TV.

Quizás tenga razón Mariana: hay mucho paralelismo entre los ucranianos y los argentinos.

 

 

(Infobae)

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