Hace un año, La casa de papel pasó sin pena ni gloria por la televisión española. No llegó a ser un fracaso, pero tampoco un éxito masivo de audiencia. Pero, cuando Netflix compró sus derechos, La casa de papel se transformó en una de las series más vistas en la plataforma a nivel mundial. Los actores saltaron a la fama. Los símbolos de la serie se viralizaron, incluyendo las máscaras de Dalí, el flequillo de la protagonista y el Bella ciao, que se convirtió en un cantito de cancha alrededor del mundo.
Argentina fue uno de los países más afectados por este fenómeno, quizás porque la ficción llegó en el momento justo. Para quien no la haya visto, La casa de papel es la historia de un gran golpe, como tantas otras, pero con una vuelta de tuerca: los asaltantes, que atacan la casa de la moneda española, no van a robar nada, sino acuartelarse allí e imprimir durante varios días su propio dinero.
En ese escenario, ¿quiénes son los buenos y quiénes son los malos? Los gobiernos, como dice uno de los personajes, no tienen ningún problema en fabricar dinero a mansalva cuando se trata de rescatar a bancos y corporaciones Los ladrones están al margen de la ley, pero los poderosos parecen estar por encima de ella.
No es curioso que esta serie tenga tanto impacto en momentos en que aumenta la desconfianza hacia la forma en que se maneja la economía, y especialmente hacia el sector financiero y especulativo. También en la Argentina de la grieta hay buenos y malos, sólo que parecen estar cambiando de lugar todo el tiempo.
No es casual que La casa de papel haya triunfado en nuestro país precisamente cuando el plan económico del gobierno parecía tambalear, y con él la confianza de los votantes de Cambiemos. Una crisis que no hizo más que agravarse desde entonces. Siguen la corrida cambiarias, los problemas comunicacionales y el desprestigio de los funcionarios. Al no poder poner en marcha la maquinaria económica del país, el gobierno debió sacrificar buena parte de su capital político y recurrir al FMI.
El “rescate” del Fondo, sin embargo, viene con un contador, ya que el dinero llega para cubrir al que ya se perdió de otra manera, y, salvo que se tomen medidas de fondo, será muy difícil parar esa bola de nieve. En este contexto, el gobierno ha empezado a implementar cambios ya impostergables, como la única manera de plantarse frente al año electoral que ya comienza.
Hasta este punto, el caso argentino era tomado como un ejemplo feliz de salida del populismo y retorno a un modelo liberal. El contexto internacional no fue el mejor para el viraje, ya que los EEUU de la era Trump se vuelcan al proteccionismo de las industrias propias sin preocuparse de lo que pase ni siquiera entre sus vecinos latinoamericanos. El pedido de ayuda al FMI quizás termine marcando ese mismo rumbo para muchos otros países de la región.
La alternativa para nuestro país no es sencilla, ya que se necesita un plan antiinflacionario, de austeridad y de expansión de las exportaciones antes de que un dólar a 29 pesos vuelva a ser “barato”. Será necesario recuperar la confianza en el peso, pero también emprender una serie de reformas impositivas, quizás bajando los impuestos para no ahogar a los sectores de la economía más vulnerables. La gestión de Caputo en el BCRA será clave para dar señales de que la moneda argentina puede quedar estabilizada, porque de lo contrario la gente irá al dólar y la inflación seguirá creciendo.
La casa de papel, aunque sea una serie, es mucho más importante de lo que parece, porque muestra todas las ansiedades de nuestra época con respecto a la economía. Si no llega el bienestar, se buscarán soluciones mágicas. Imprimir dinero de la nada, a la manera populista.
El gobierno de los CEOs está llegando a su fin, y es posible que el próximo año se busque en las urnas un retorno de los políticos más tradicionales. Si el gobierno buscar la continuidad por otros cuatro años, será necesario buscar maneras más eficientes de comunicación. No se trata sólo de los jóvenes y las redes sociales, sino también de buscar sin miedo la experiencia de quienes ya hayan pasado por situaciones similares.
Quizás La casa de papel sea solo ficción, pero debemos preguntarnos por qué una ficción puede capturar la imaginación de la gente de una manera que no logra hacer ningún proyecto político. La gran cuenta pendiente del poder, en tiempos de la democracia, es encontrar la forma de que la sociedad ya no se sienta ajena a él, sino dueña de su propio destino.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador.
Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU.
Director de Buenos Aires Comunicación, BAC
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