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Una visión optimista hace que lo bueno ocurra

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Particularmente, soy un optimista empedernido. Siempre veo el vaso medio lleno, y siempre intento buscarle el lado positivo a las cosas que pasan.

Algunos dirán que esta es una postura infantil, que no es así como debe hacerse porque no todo tiene un lado positivo.

Y mal que me pese, reconozco que muchas veces es difícil encontrar algo positivo en situaciones extremas, pero difícil nunca quiere decir imposible.

Esta particular visión, me ha ayudado mucho a recuperar cosas que parecían insalvables.

Hay muchísimos ejemplos que podría mencionar, pero hay uno que recuerdo siempre con mucho cariño y era un proyecto muy grande de software en función pública que estaba muerto, hacía 3 años que no tenía avances, los consultores contratados para hacerlo estaban sin guía, cansados y desmotivados, y los interesados totalmente en contra de seguirlo, es decir, una situación completamente negativa.

 

Cuando me llamaron para ver qué se podía hacer, debo reconocer que al principio me desanimé, pero luego encontré la clave y acepté dirigir el proyecto.

Dentro del primer diagnóstico detecté que todo lo negativo grave tenía que ver con el pasado, con cosas que se habían hecho mal o con otras que no se habían hecho y se habían comprometido o eran esperables.

Para conocer mejor el panorama, hablé profundamente con cada uno de los consultores (unos 40), con los organismos de control (4) y con los interesados en lo que se iba a desarrollar (unos 50 organismos) y la primera cosa que surgió fue la falta de confianza en lo que se pudiera hacer. Todos desconfiaban de todos.

 

Entonces la consigna fue: dejar el pasado atrás y ver qué podíamos hacer de allí en más pensando en positivo. En una visión negativa el “no hacer” está implícito.

Busqué el compromiso de mi gente (los 40) para ofrecer una muestra en plazo breve, lo cual costó mucho porque la inercia del pesimismo pesaba mucho, pero se logró el consenso.

De allí surgió la idea de desarrollar un prototipo para una función específica que iba a ser impactante y se podía mostrar, dándonos la cuota de confianza necesaria de los interesados para seguir adelante.

 

Nos fijamos un plazo de dos meses.

Cuando llegó la fecha, invitamos a los organismos de control, a los interesados y a gente relacionada con las áreas del proyecto, a asistir a la presentación.

La demostración del prototipo funcionando fue muy bien recibida, pero lo que impactó mejor fue lo que hicimos al final, abrirnos a escuchar.

 

Le dijimos a los asistentes: “Ahora que han visto esto los invitamos a proponer, con qué módulo seguir y los conminamos a participar activamente en las definiciones de las funciones necesarias”. El murmullo de aprobación fue música para mis oídos y los de mi equipo.

Y las cosas cambiaron.

 

El proyecto se terminó en un año con muchas más funciones que el proyecto inicial y con gran aceptación, tanto es así que se peleaban los interesados para ver quién implementaba primero.

Si me hubiera dejado llevar por mi primera impresión, ni siquiera hubiera tomado el proyecto, pero esa visión positiva que por suerte me acompaña, cambió la historia de ese proyecto y de ese grupo de trabajo.

Por supuesto, no fue mérito mío, yo solo prendí la mecha y el resto fue la evolución del equipo cambiando su pesimismo por la visión positiva, no porque si, sino porque pudieron ver los resultados del cambio.

 

¿Qué se requiere entonces?

Liderazgo real, transformarse en un motivador a ultranza, no cejar en el esfuerzo y que el optimismo no nos quite la cuota de realismo necesaria para evitarnos hacer estupideces…

 

 

 

 

(*) Por Daniel Raúl Sachi 

Director General

ROI Agile International

 

 

 

PE

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