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Opinión | “Una versión distinta de la felicidad”

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Una versión distinta de la felicidad

Tomé el libro, me impactó su título y su arte de tapa. Dije lo debo leer ya. Antes, como acción refleja, leí la contratapa a ver si se correspondía con lo que me estaba imaginando.

Esto dice: “Las historias que encierra este libro tienen el factor común de la búsqueda de la felicidad. Algunos personajes sufren pequeñas catástrofes silenciosas que los empujan a lo inesperado y ante las cuales sólo les queda el recurso de ser estoicos para continuar. Otros, armados y curtidos en la porfía diaria, mantienen su búsqueda para conseguir las claves que les permitan develar el misterio básico de lo humano, que nos interroga una y otra vez si somos felices.

Sedoff expone, con absoluta madurez discursiva, una mirada aguda sobre la complejidad de lo cotidiano. El suspenso inusitado de las historias, verosímiles y profundas, no necesita de otro recurso que la ambigüedad de las relaciones humanas para conmocionar al lector.

Con la distancia narrativa necesaria como mérito y recurso, Sedoff cuenta sin juzgar la realidad tal cual es y no la que se desea.

Más ganas de leer el libro. Lo abro y me encuentro con 16 cuentos cortos y una nouvelle, la que le da el título.

Imagino que deben hablar de alguna manera del amor o al menos de la felicidad, temas humanos, universales y sobre los que todos, escritores o no, tenemos algo para contar o para decir.

Recuerdo que John Cheever escribió alguna vez: “El hombre no es un ser sencillo. La espectral compañía del amor siempre con nosotros.”

Busco esa espectral compañía y está, por presencia o ausencia, en todos ellos. Porque nunca se tuvo y se lo imagina, porque se perdió y se extraña, porque se está buscando una vez más, porque se profesa como la fe de los paganos o porque al final del día se duda de su existencia.

Comienzo la lectura y, confieso, termino de leerlo reteniendo las lágrimas. Y me pregunto ¿Qué secreto mecanismo ha sabido manipular el escritor para que el lector sienta congoja, extrañamiento, levedad, inquietud, pavor y al final, un poco de alivio?

Y al final, ¿Dónde está la felicidad?

Repaso algunos personajes y podrían ser mis vecinos. Los amigos que iban al Janssen, la chica que se escapa de su vida en Wanda, el chofer del colectivo que va de Aristóbulo a Oberá, el profe que trabaja en la UNAM, el murguero, el turista, y caigo en la cuenta de que el amor, y también la tragedia, están más cerca y a la vista de lo que nos parece.

Se nota que el autor sabe escribir, y que ha abrevado con inteligencia en las joyas de Kafka, Chejov, Borges, Felisberto Hernández, Yates o Carver para conseguir un estilo pulido, de fácil lectura, pero profunda reverberación en el tono de lo que dice y en la poesía de sus imágenes y sus personajes.

Son textos sutiles y concisos, no con grandes anécdotas o con finales inesperados o rotundos, sino de climas, de atmósferas, del pequeño detalle, del fragmento que insinúa lo que puede haber abajo o detrás o en otra parte a la que remite si estamos atentos.

Ahí está, la proximidad de lo de acá y lo universal; lo inocente y lo siniestro; la mirada de la ironía sobre la piedra arenosa de lo real, pero ya sabemos, nada es real, salvo el amor y la muerte, aunque como dijo Mario Levrero, de la muerte no estamos seguros.

La voz que usa el autor es piadosa, como una manera de compensar a sus personajes de la impiedad de la vida y parece que hubiera estado ahí, aunque no como un relator omnipresente, porque sabe una parte, y el resto permanece en las sombras. No son cuentos redondos sino abiertos, que nos dejan pensando o simplemente conmovidos.

Sus personajes pueden ser patéticos o queribles; indiferentes o fantasiosos, personas que podemos reconocer y comprender, sin juzgar, tan precarios y desorientados como todos nosotros.

Sí, no hay gestas ni epopeyas, nada es heroico acá, pero todo es del orden de lo humano, de lo vivo y merece ser contado, merece su lugar en este mundo hostil que el escritor, como nosotros, no termina de comprender.

*Por Claudia Pagano

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