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Análisis semanal: 35 años después, la casa sigue desordenada

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Desde entonces Argentina tuvo un enorme avance en el plano institucional. Las asonadas militares dejaron de ser una amenaza hace mucho tiempo y se construyó un consensus gentium en torno a la defensa de la democracia representativa como forma de gobierno más adecuada, elemento que no siempre estuvo presente en la historia argentina.

Pero cuando se analiza el presente de la economía, algunas similitudes con aquella Semana Santa del 87 resultan demasiado evidentes como para dejarlas pasar.

Alfonsín empezaba a transitar la segunda mitad de su mandato, venía de cerrar un acuerdo stand by con el FMI y la inflación –en buena medida impulsada por factores externos- estaba llevando al naufragio al Plan Austral y con él a Juan Vital Surrouille, el más significativo de los ministros de Economía que tuvo aquel presidente radical.

Días antes de que el mandatario del retorno a la democracia sentenciara que la casa estaba orden, el INDEC comunicaba un Índice de Precios al Consumidor que marcaba un alza mensual de 8% en marzo y una acumulada de 24% para el primer trimestre.

Los números de 2022 no distan mucho de aquellos, 6,7% para marzo y 16% para el trimestre, pero si el análisis se acota solamente al rubro alimentos y bebidas -la inflación de los pobres- el registro es todavía más preocupante: 7,5% mensual y 21% en el trimestre.

El contexto externo desfavorable es otro punto que comparten ambos momentos de la historia. 1987 estuvo marcado por uno de los tantos estallidos de burbujas financieras que se produjeron en las últimas décadas, las bolsas de todo el mundo se derrumbaron, Estados Unidos duplicó las tasas de interés y los capitales abandonaron en masa los “mercados emergentes” para refugiarse en la seguridad que brindaban las economías más desarrolladas.

Argentina venía de crecer 6% en 1986, lo que siguió fueron cuatro años consecutivos de recesión con una crisis por hiperinflación que comenzó a gestarse justamente en 1987, cuando el índice de precios registró un alza interanual de casi 175%.

La crisis financiera internacional no está en el menú de hoy, lo que sin embargo no hace el contexto actual –con una pandemia seguida de una guerra a la vieja usanza en Europa- sea mejor que el de hace 35 años.

Que haya semejanzas que nos hagan recordar más que nunca a aquella Semana Santa de la casa en supuesto orden no implica que necesariamente se repetirá la historia con hiperinflación incluida, pero sí da una pauta de lo complejo del escenario actual y del tamaño de la tarea que tienen por delante el presidente Alberto Fernández y su ministro de Economía Martín Guzmán.

Además enfrentan una dificultad anexa: tienen que lidiar con una alianza fracturada y con áreas de gobierno que directamente no les responden.

 

Intrigas palaciegas

Por si alguno pensaba que la interna dentro del Frente de Todos estaba en vías de diluirse, Cristina Fernández de Kirchner salió a despejar cualquier duda: “que te pongan la banda y te den el bastón no significa que tengas el poder… y si no hacés lo que tenés que hacer, peor todavía”, dijo en su discurso de apertura del Eurolat, utilizado por la vice para lavar los trapos sucios frente a representantes de la mitad del mundo.

Pero también hay una interna dentro del albertismo (una interna dentro de otra interna), motorizada por quienes le exigen al presidente más decisión para desplazar de sus cargos a los componentes de la alianza que no están de acuerdo con el rumbo que tomó el Gobierno y que no parecen dispuestos a acatar las políticas que defina la cúpula.

Es que dentro del kirchnerismo todos se oponen abiertamente al presidente y en privado lo desprecian, pero nadie se digna a sacar los pies del plato. El invierno se anticipa crudo y los  otrora “pibes para la revolución” no parecen dispuestos a alejarse por propia voluntad del calor de los cargos.

No solamente no renuncian a un Gobierno al que cuestionan públicamente, además exigen que los renunciados los ponga el otro bando.

El más apuntado por los acólitos de Cristina es el ministro Guzmán, el principal responsable por un acuerdo con el Fondo que reniega de la retórica combativa que tanto rédito político le rindió al kirchnerismo. Al menos en las últimas (casi) dos décadas, porque en tiempos de menemismo tanto Néstor como Cristina se declaraban admiradores de Domingo Cavallo, que no pertenecía justamente a la juventud guevarista.

Cansado del destrato, el titular del Palacio de Hacienda salió esta semana del mutismo para lanzarse al barro de la interna. Consideró que la inflación está fogoneada por “las tensiones generadas por falta de apoyo político” y dejó una definición tan enfática como sugestiva: “vamos a gobernar con los que estén de acuerdo con el modelo económico”.

Como el periodista que lo entrevistó en C5N no estaba con mucho ánimo de repregunta nos quedamos sin saber qué hará el Gobierno con los funcionarios que no están de acuerdo con el modelo económico.

Ocurre que el Presidente deberá adoptar decisiones de corte impopular, en parte para cumplir con el acuerdo firmado con el FMI pero también lo deberá hacer si pretende evitar una hiperinflación como la que eyectó de su cargo a Alfonsín dos años después de decir que la casa estaba en orden.

Todavía está fresco el recuerdo de la abierta desobediencia del subsecretario de Energía, Federico Basualdo, a las expresas directivas emanadas por el ministro de Economía. Quien a su vez después quedó en ridículo al anunciar el despido del mencionado funcionario de tercera línea que hasta ahora permanece en su cargo.

Ahora que el Gobierno ya no puede postergar la aplicación de un esquema escalonado de subsidios como el que había motivado la pelea entre Guzmán y Basualdo, ¿qué hará con el subsecretario de Energía?

Casos como el de Guzmán con su subalterno que presta servicios en el área de Energía se replican en prácticamente todas las demás áreas de Gobierno. Aún en los ministerios en los que el kirchnerismo le cedió al presidente la potestad de ubicar a un hombre de su confianza al frente, se reservó para sí la posibilidad de poblar las segundas y terceras líneas con referentes de La Cámpora, lo que derivó en ministerios loteados en los que se hace difícil ejecutar políticas coherentes.

 

El león de la discordia

La unidad que falta dentro del Frente de Todos tampoco abunda en Juntos por el Cambio. Las profundas diferencias ideológicas entre los componentes de esa alianza de amplio espectro se hacen cada día más evidentes y se profundizan con el crecimiento de los libertarios.

El del PRO con la UCR fue siempre un matrimonio por conveniencia que se mantuvo unido por el espanto al kirchnerismo y por la complementariedad que se daba entre un partido con presencia territorial pero sin un presidenciable (la UCR) y otra fuerza que tenía en Mauricio Macri a un candidato con credenciales ganadoras, pero le faltaba presencia en territorio para superar al aparato kirchnerista.

Esa relación complementaria ya no es tal porque el PRO ya no tiene a un candidato que le saque mucha distancia al resto, pero tampoco depende como antes de la territorialidad del radicalismo. Los cuatro años del gobierno de Macri le sirvieron para tener presencia donde antes no la tenían.

Los radicales, por su parte, están convencidos de que esta vez son ellos los que pueden aportar los candidatos más potables y no necesitan a un extrapartidario para sumar votos.

El espanto al kirchnerismo también perdió fuerza como elemento aglutinante dentro de la oposición. Es que la crisis del Gobierno y la fractura del FdeT hicieron que la oposición ni siquiera cuente al oficialismo como competencia de cara a 2023.

Con las encuestas mostrando a Cristina y a Alberto en sus niveles más bajos de intención de voto, son cada vez más los opositores que creen que ya no hace falta un gran frente para derrotar al peronismo unido o separado.

Como todo matrimonio por conveniencia, cuando la sociedad ya no parece tan conveniente, afloran las diferencias. Así es como Macri ahora sí se anima a reivindicar la figura del expresidente Carlos Menem y de sacarse la máscara de desarrollista moderado que llevó puesta durante los últimos años para no molestar a los socios minoritarios de la sociedad que encabezaba.

El crecimiento de los libertarios no hizo más que evidenciar las diferencias de base que existen en JxC.

Cuando hablan referentes del liberalismo puro y duro como los economistas José Luis Espert o Javier Milei, no hacen más que decir cosas que a Macri le gustaría poder decir pero no lo hace para no asustar a su electorado más moderado.

Pero con las palomas del PRO, especialmente Horacio Rodríguez Larreta o incluso figuras del radicalismo como Facundo Manes, acaparando la mayor parte de la atención de ese electorado moderado de JxC, el negocio de Macri pasa cada vez más por acercarse a figuras como el mencionado Milei a efectos de evitar perder también el apoyo del electorado más cercano a la derecha del dial ideológico vernáculo.

Así es como el surgimiento de los libertarios, en combinación con la crisis política del Gobierno, terminaron abriendo una brecha dentro de Juntos por el Cambio con resultados todavía impredecibles.

 

También quiere rugir en Misiones

Ya enfocado en su candidatura presidencial, Milei sabe que no tiene la opción que tuvo Macri en 2015 de tomar prestada la territorialidad de otro partido y trabaja para construir su propia territorialidad.

Sabe que con el electorado joven (de menos de 25 años) que compone su base actual no le alcanza y que para ganar votos debe hacerlo a expensas del electorado de Juntos por el Cambio por la obvia razón de que ningún kirchnerista lo votará nunca.

De allí que concentre sus esfuerzos en aquellas provincias en las que ni el radicalismo ni el PRO disponen de candidaturas sólidas que le dificulten al movimiento libertario sumar votos del electorado tradicional de JxC que, como se dijo, es el que más razonablemente puede aportar adhesiones a este nuevo actor en la escena política nacional.

Entre esas provincias está Misiones, donde además la oposición está enfrascada en internas que amenazan con desangrarla. Tan es así que el economista de desordenada cabellera visitó en los últimos días la Tierra Colorada, donde ya comenzó a desplegar su campaña con cartelería de alta visibilidad.

El propio Milei se encargó de retratar en sus redes sociales una postal  de la Costanera posadeña en la que se destaca un cartel con su imagen de campaña, un león dorado sobre fondo negro.

 

¿El fin de las grandes alianzas?

Las crisis políticas que enfrentan el FdeT y JxC responden básicamente al mismo motivo: las inconsistencias ideológicas propias de los frentes que en su búsqueda por abarcar mucho, terminan apretando poco.

Después del fracaso del gobierno de Macri y las complicaciones que está enfrentando Alberto, a una porción cada vez mayor del electorado argentino le está resultando evidente que este tipo de frentes de amplio espectro podrán ser útiles para ganar elecciones, pero no para gobernar.

De allí el crecimiento en las encuestas de partidos o frentes más estrechos en el espectro ideológico que pretenden abarcar, pero justamente por eso, más consistentes y homogéneos.

En esa línea se ubica el crecimiento de los libertarios, con quienes el lector podrá estar a favor o no, pero respecto de los cuales no podrá negar que proponen una línea ideológica bien definida y sin contradicciones.

Los partidos provinciales también se ven beneficiados con la debacle de las grandes alianzas.

El Frente Renovador misionero, por ejemplo, claramente no comparte la concepción ideológica de los libertarios, pero al igual que éstos y a diferencia del FdeT y JxC, sí puede exhibir coherencia ideológica. Pero además puede sumar consistencia entre el discurso y la acción de gobierno, algo que no está al alcance de los demás.

En ese contexto de crisis de las grandes expresiones políticas nacionales, la estrategia de la “boleta corta” de la Renovación demostró ser oportuna en el mediano plazo porque le permitió consolidar su identidad de fuerza provincialista independiente de los lineamientos impuestos desde Buenos Aires.

En tiempos de internas caldeadas en todos los frentes políticos, el orden y la concordia que caracterizan al gobierno misionero desde hace muchos años tanto en la resolución de las cuestiones internas como en la relación con la Nación, los intendentes, las demás provincias y la oposición, se convirtieron en una característica que crece en la valoración de la gente.

Pero nada de eso tendría la menor importancia si no estuviera respaldado por gestiones que aportaron resultados concretos para gente.

En ese aspecto se destacan las figuras del Gobernador Oscar Herrera Ahuad y el intendente de Posadas, Leonardo “Lalo” Stelatto, que desde el momento en el que asumieron hasta las últimas encuestas de opinión pública que datan de marzo, aparecen siempre en los primeros tres lugares entre los dirigentes con más alta imagen positiva en el país.

Testimonio de ello lo dan los periódicos informes que elabora la consultora CB que mide a todos los gobernadores y a los intendentes de capitales de provincia.

Es que dentro de las severas limitaciones que imponen el contexto nacional y mundial y a riesgo de repetir una frase que a la postre demostró ser poco feliz, en esta Semana Santa Misiones sí puede afirmar que su casa está en orden.

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