El espanto del kirchnerismo a pagar costo político por cualquier medida que pudiera considerarse antipopular llevó al gobierno de Cristina a generar un desmadre pocas veces visto en la economía.
Juntos por el Cambio llegó a la presidencia para ordenar lo que estaba desordenado sin romper lo mucho que todavía estaba en pie, pero Mauricio Macri no supo, no pudo o no quiso y terminó profundizando todos los problemas que había. Para disimilar su fracaso no tuvo mejor idea que tomar el mayor crédito de la historia del FMI y comprometió al país a un cronograma de vencimientos cuyo cumplimiento se sabía imposible ya al momento de la firma de aquel acuerdo.
El plan desesperado de Macri para lograr su reelección no tuvo un buen resultado para sus aspiraciones políticas y además reintrodujo a la escena nacional un elemento nefasto: la deuda externa.
Aunque los partidarios de Juntos por el Cambio, en un intento por minimizar la responsabilidad de su gobierno en el crecimiento de la deuda, ensayen argumentos un poco torpes que mezclan deuda en dólares con deuda en pesos, los datos duros son lapidarios.
Según la Secretaría de Finanzas del Ministerio de Economía de la Nación, en el cuarto trimestre de 2015, al finalizar la gestión de Cristina, la deuda en moneda extranjera ascendía a 148.881 millones de dólares, cifra que al finalizar la gestión de Macri, era de 249.046 millones. La diferencia de 100.165 millones en solo cuatro años marca el más pronunciado incremento de la deuda en dólares en la historia del país.
Es cierto que parte de esos más de 100 mil millones fueron destinados a pagar obligaciones asumidas por el Estado con anterioridad a la asunción de Macri, pero esa cifra no pasa de 20 mil millones: 7.200 millones de los cuales se destinaron a responder a fallos CIADI contra Argentina y al pago de deudas generadas por el Plan Gas y el Plan Petróleo Plus y otros 12.500 millones para pagar a los holdouts o “fondos buitre”, como gustan denominarlos desde el kirchnerismo.
Como el remedio parecía haber resultado peor que la enfermedad, el ya desorientado votante volvió a depositar su confianza en el peronismo que esta vez llegaba en un formato de alianza de amplio espectro que incluía como fuerza principal al kirchnerismo, pero que impulsaba la candidatura de una figura moderada que incluso había criticado la gestión de Cristina.
Cuando Alberto asumió, Argentina venía de dos años consecutivos de recesión y transitaba un proceso de destrucción de la industria, crecimiento de la pobreza e índices de inflación anual que pasaron de un parámetro de 25% a 30% con Cristina a más de 50% con Macri.
Un poco por la pandemia, otro poco por falencias propias y de su entorno, el actual presidente nunca pudo cumplir con su promesa de reactivar la economía en forma consistente y bajar la pobreza. Postergó todo lo que pudo la renegociación con el FMI a sabiendas de que no había chances de reprogramar los pagos sin comprometer aspectos de la política económica que el kirchnerismo considera clave, pero ante la inminencia de caer en cesación de pagos terminó firmando lo que dijo que nunca firmaría.
El sapo fue demasiado grande para las gargantas de sus aliados K y estalló una interna que hoy pone en duda la gobernabilidad del país.
Después de un traumático trámite legislativo, el acuerdo recibió el respaldo del Congreso y el viernes fue aprobado por el board del FMI, aunque con serias advertencias respecto al riesgo de incumplimiento de las condiciones allí establecidas.
Fue la propia directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, quien se encargó de aclarar que lo recientemente acordado deberá ser revisado más temprano que tarde. En medio de pedidos de “amplio consenso político y social” la funcionaria anticipó que podría ser necesario avanzar en “reformas estructurales”, lo que debe traducirse como más sacrificios para la población.
“Los riesgos para el programa son excepcionalmente altos y los efectos secundarios de la guerra en Ucrania ya se están materializando”, afirmó el organismo. Y puso en agenda lo que llamó “recalibración temprana del programa”. Entre los párrafos que trascendieron del staff report del acuerdo consta que “los directores coincidieron en que más allá del período del programa, se requerirán más esfuerzos para cimentar la estabilidad y abordar los desafíos estructurales de larga data”.
La primera misión llegará un mes antes de lo previsto, a mediados de mayo, para evaluar la continuidad de un programa que se estableció sobre supuestos de precios que a la altura de los acontecimientos en Ucrania, quedaron obsoletos.
La debacle de los grandes frentes
Más allá de sus diferencias ideológicas, Macri y Alberto comparten un rasgo común, ambos llegaron a la presidencia siendo mascarones de proa de alianzas de amplio espectro que demostraron ser efectivas en las urnas pero conflictivas a la hora de gobernar.
Condicionados por sus aliados, ambos debieron adoptar medidas de las que no estaban muy convencidos y evitaron otras en las que sí creían, todo para evitar fracturas internas.
Macri, por ejemplo, está convencido que su único error fue haber cedido demasiado para mantener contentos a sus aliados radicales y de la Coalición Cívica, lo que le impidió llevar adelante un programa económico mucho más ortodoxo y afín a sus convicciones, impulsó en cambio un híbrido que terminó combinando lo peor del liberalismo duro y la heterodoxia.
Esas tensiones persisten dentro de Juntos por el Cambio y quedaron en evidencia esta semana cuando Mauricio Macri reivindicó al expresidente Carlos Menem, lo que provocó el inmediato rechazo de referentes del radicalismo como el gobernador de Jujuy y presidente de la UCR, Gerardo Morales, y dirigentes de la Coalición Cívica.
El crecimiento de los libertarios también divide aguas en la coalición opositora, cada vez que Macri y los halcones del PRO coquetean con personajes como Javier Milei y José Luis Espert, desde los sectores más moderados de Juntos por el Cambio se ven obligados a tomar distancia.
La crisis política que atraviesa el actual Gobierno responde a razones parecidas. Al igual que JxC, el FdT es un espacio en el que conviven, en términos cada vez más precarios, personas con ideas demasiado diferentes como para ponerse de acuerdo en cuestiones fundamentales.
En cuestiones relacionadas al manejo de la economía, las diferencias son ostensibles.
Desde el kirchnerismo entienden que de la crisis se sale recalentando el consumo y con redistribución, que la inflación no tiene mucho que ver con la emisión monetaria y que se puede contener el alza de los precios con el garrote de la ley de abastecimiento y los controles a los formadores.
El Presidente y su ministro de Economía, Martín Guzmán, tienen una visión bastante distinta. Sin ser liberales ortodoxos creen en cuestiones como el valor de disciplina fiscal, moderar el gasto o limitar la emisión monetaria.
La necesidad de lidiar con estas contradicciones internas llevó al Presidente a transitar un camino zigzagueante, lleno de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos. Para complicar un poco más el panorama, una vez declarada la fractura con el kirchnerismo, parte de sus funcionarios gobiernan con el manual de Cristina y otros con el de Guzmán.
Frente a las dificultades que enfrentaron estas alianzas construidas con fines electoralistas y sin coincidencias de fondo en cuestiones fundamentales para llevar adelante una gestión, comenzaron a crecer espacios políticos más estrechos pero con mayor coherencia interna y en sus propuestas.
Una reciente encuesta de la consultora Zubán, Córdoba y Asociados advierte respecto a la debacle de los dos principales frentes: “jamás ha habido una distancia tan grande entre las elites políticas y la gente de a pie. Todas las imágenes del ecosistema oficialista mantienen un diferencial negativo que se sostiene en el tiempo. Los actores de JxC mantienen imágenes estables o con pequeñas tendencias alcistas, pero se muestran incapaces de hablar más allá de su espacio electoral”, consigna el informe.
Los que mejor están aprovechando esto son los libertarios, beneficiados también por la debacle inocultable de un Gobierno que se reivindica como de centro izquierda.
La mencionada encuesta indica que un 18,5% de los argentinos se inclinaría por un candidato libertario en las próximas elecciones presidenciales, siendo este el único espacio nacional con un crecimiento considerable en la intención de voto.
Fortaleza misionera
El mismo retroceso que experimentan Juntos por el Cambio y el Frente de Todos a escala nacional, se verifica en Misiones. Una reciente encuesta de una consultora nacional señala que solo el 58% de los misioneros avaló el acuerdo de la deuda con el FMI y que la amplia mayoría culpa a los dos frentes nacionales por la precaria situación económica.
Mientras que el Frente de Todos prácticamente no tiene peso en el electorado misionero, lo que quedó en evidencia en las elecciones del año pasado, Juntos por el Cambio capitaliza a su favor la mala imagen del Gobierno de Alberto.
Más por errores ajenos que por mérito propio, la alianza que amontona a radicales con macristas y seguidores de Lilita Carrió muestra mejores números que el Frente de Todos en Misiones, pero no consigue consolidar a ningún candidato por encima de los dos dígitos en la intención de voto, lo que conspira contra sus posibilidades en una elección a cargos ejecutivos.
Lo contrario pasa con el Frente Renovador, que además de tener una alta intención de voto como frente, también tiene al menos cuatro posibles candidatos que tienen una muy alta consideración en la gente.
El gobernador Oscar Herrera Ahuad, su vice Carlos Arce, su antecesor Hugo Passalacqua y el intendente de Posadas Lalo Stelatto, todo ellos superan el 80% de imagen positiva en todas las encuestas y a esa lista podría sumarse el joven intendente de Oberá, Pablo Hassan, que en pocos meses de gestión supo establecerse como una figura de peso en toda la zona Centro.
Además de los candidatos, a favor de la renovación tracciona la buena opinión que conserva la mayoría de la población de las gestiones que administraron la provincia en los últimos 19 años, por otra parte, la responsabilidad fiscal que supo mantener la Provincia durante esos años la dejaron en una posición ventajosa para enfrentar los tiempos difíciles que se avecinan para todo el país.
No tener deudas es un valor inconmensurable en un contexto como el actual. Misiones cuenta con ese valor gracias a un proceso sostenido de desendeudamiento que comenzó en 2003 y que se sostuvo desde entonces, incluso en contra de las recomendaciones de Gobiernos nacionales como el de Mauricio Macri que pretendía que las provincias siguieran a la Nación en el camino de endeudamiento irresponsable. Las que lo hicieron hoy están pagando las consecuencias.
La consistencia y la coherencia también son factores que operan a favor de la renovación. A diferencia del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio, espacios con profundas contradicciones que llevaron a malos gobiernos nacionales, dentro del Frente Renovador hay coincidencia absoluta respecto al rumbo a seguir, lo que hace que gobernar sea una tarea con muchas mayores probabilidades de éxito.
Porque si algo dejaron en claro los últimos años de la política nacional, es que no se trata solamente de elegir a los mejores candidatos y juntarlos para engordar las urnas. Después hay que gobernar, hay que generar algún beneficio para la gente y para eso es fundamental el trabajo en equipo.
La profundización del perfil misionerista, independiente de los armados nacionales, que impulsa la renovación desde hace muchos años demostró ser un acierto en el contexto actual y después de que tanto el gobierno de Macri como el de Alberto demostraran una muy pobre vocación federalista.
Ni JxC ni el FdT representan los intereses de los misioneros y los misioneros no los tienen como sus referentes. En ambos espacios son los dirigentes nacionales que toman las decisiones y a los representantes locales no les queda más que acatar.
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