El artista e ingeniero argentino Daniel Kuryj expone en el Museo Mikhail Marmer de Cultura Judía e Historia del Holocausto en Ucrania la muestra El Holocausto en Europa del Este y las víctimas del estalinismo, donde el artista traspone -en más de ciento cincuenta obras sobre madera y papel- relatos familiares, sociales y literarios del “holocausto por fusilamiento” de judíos en Ucrania y de los millones de víctimas del estalinismo en ese país.
Kuryj propone un recorrido por Europa del Este, comenzando con las expectativas despertadas por la Revolución Rusa, los intentos de las vanguardias, los cambios en una sociedad de campesinos, la represión del estalinismo sobre los distintos estratos sociales, la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de judíos, gitanos y comunistas perpetrados por los nazis durante la ocupación alemana.
Trabajando un mundo de poesía visual y maderámenes, y repitiendo a modo de oración por millones de veces la caligrafía de un viejo mandamiento, “No Matarás”, surgen las obras y registros de Daniel Kuryj sobre las historias de Odessa, desde la caída de los Zares, las políticas agrarias y el surgimiento de los koljoses, la colectivización forzosa y la industrialización de un país de campesinos, la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de una parte de Europa del Este por los ejércitos alemanes junto a los temidos Einsatzgruppen y el Holocausto perpetrado por los nazis en el territorio soviético, y finalmente la reconstrucción de posguerra, corporizados los relatos en la voz de Lídochka, su madre, testigo-niña de los trágicos momentos acaecidos en el pasado siglo XX.
Poema y obra visual de Daniel Kuryj
En memoria de los judíos de Odessa, destruidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Luego de los ruegos, la rabia, el plomo,
la tierra presta y los cuerpos,
ocupan la oquedad artificiosa
del surco alargado, geométrico, metódico.
Hubo una idea sosteniendo el fusil,
Hubo una idea en el Hombre-Máquina enterrador,
Hubo aquella serpiente callada
de matar al otro, al próximo, a uno.
Pero el vacío, en su inerte lenguaje de quietud
tuvo la necesidad de particionar la tierra,
fue el cuerpo, en sus espasmos de vida
que por algún instante golpeó esta cadena de muerte.
En la desproporción de fuerzas, las nuestras exiguas,
condenadas a precipitar en la derrota, aquietándose
llamarán al silencio de Dios, pero esta vez
todos somos Isaac y, no hay simulacro sino muerte cierta.
Quitadme esta tierra y arrancadme las balas,
y viviré con los míos y mi Dios,
y prosperaré y me multiplicaré sobre la faz de la tierra,
Dadme luz en este lar oscuro y último.
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