La mala educación
La pandemia vino a recordarnos, también, cuán inseparables son la escuela y la sociedad, a resaltar su rol esencial. Debemos potenciar ese reconocimiento para volver a llevar a la educación al lugar que supo tener en nuestro país: como la mejor herramienta para la movilidad social, para cumplir los sueños, para ser más libres.
Hace algunas semanas, la educación entró en la agenda mediática y política de nuestro país pero no con la fuerza del debate profundo sino como una disputa más entre facciones. Hoy, como lamentablemente sucede con todos los temas, nos encontramos haciendo de la educación una lucha partidaria que impide el diálogo y las respuestas creativas a la crisis.
Esto que estamos viviendo de dictámenes judiciales cruzados, agresiones altisonantes y desconciertos de padres y, sobre todo, de niños y niñas, es un verdadero despropósito, una irresponsabilidad, una falta de respeto y consideración colectiva.
Nos debería dar vergüenza como adultos. No necesitamos pujas sin sentido. Necesitamos un acuerdo social fuerte en el mejor modo de educar. El dilema no es “abrir o cerrar”; lo que hay que discutir (y resolver) es cómo mantener las escuelas activas y cómo asegurar oportunidades y resultados equitativos, y no solo en el corto plazo.
Los efectos de una pandemia global en un país golpeado como el nuestro, que viene de décadas de sufrir crisis tras crisis, no hace n más que exacerbar las carencias y las desigualdades preexistentes. Al mismo tiempo, deja al descubierto las tremendas falencias de gestión de la política pública de años y años.
En este contexto, los datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina sobre la creciente pobreza nos estremecen. No podemos enfrentar esta crisis y cambiar la tendencia decadente crónica de nuestro país con las mismas prácticas de siempre. Se terminó el tiempo para las mañas de la vieja política.
Diversas investigaciones prevén una herencia del Covid-19 de al menos una década que estará signada por el aumento de la desigualdad, la crisis económica y el deterioro de la salud mental. Será necesario lograr grandes cambios socioculturales para lidiar con las consecuencias a largo plazo. Si los líderes no dimensionan la escala de los desafíos, el resultado será una mayor fragmentación social y niveles aún más extremos de desigualdad.
En este marco desgraciado, tenemos la obligación de hablar seriamente de la educación. El pico de una crisis sanitaria y económica podría parecer un momento inoportuno para ocuparse de la crisis educativa general, especialmente en países con pocos recursos, pero los costos a largo plazo de la actual brecha son demasiado grandes como para ignorarlos.
Se trata del verdadero motor de desarrollo de un país. Es la esperanza que puede llevarnos a revertir este desgarrador presente. Hace años que convoco (y otros muchos, por supuesto) a la sociedad civil para unirnos bajo el reclamo por la educación.
Tenemos que lograr que los líderes la tomen como prioridad sin los espasmos del marketing, la improvisación ni el oportunismo. Llevar adelante acciones para mejorar los resultados educativos es urgente. Y para eso debemos ponernos de acuerdo.
La pandemia nos mostró la incapacidad de nuestro actual sistema educativo para hacerle frente a la creciente brecha de aprendizajes y de bienestar mental en nuestra muy diversa población estudiantil. Necesitamos reconstruir un sistema educativo que asegure aprendizajes, oportunidades y resultados equitativos. Las competencias entre los países son y van a ser cada vez más entre sistemas educativos.
La pandemia nos ha enseñado que los docentes y los estudiantes son increíblemente resilientes pero no son infatigables, que no han sido ajenos a la fuerte carga mental y emocional. Nos ha enseñado que la tecnología es maravillosa pero nunca podrá reemplazar el valor de las personas en ambientes de aprendizaje seguros donde poder hablar, jugar y trabajar cara a cara.
Nos demostró que no todos los contenidos importan y que no todo lo que importa se encuentra en los contenidos curriculares. Nos ha enseñado que los modelos educativos se tienen que actualizar para priorizar los aspectos humanos de la educación en lugar de aquellos mecánicos y empujar a la educación a ser flexible para adaptarse a los distintos contextos y las distintas personas y a la vez encaminarse a un propósito común de nación.
Nos ha mostrado irremediablemente las desigualdades de oportunidades que condenan a los más vulnerables. Nos recordó el valor esencial de los docentes.
La pandemia vino a recordarnos, también, cuán inseparables son la escuela y la sociedad, a resaltar su rol esencial. Debemos potenciar ese reconocimiento para volver a llevar a la educación al lugar que supo tener en nuestro país: como la mejor herramienta para la movilidad social, para cumplir los sueños, para ser más libres.
Tenemos enfrente una oportunidad excepcional para reimaginar los sistemas educativos y diseñarlos de una vez por todas para el siglo XXI, brindando a nuestros chicos y chicas herramientas flexibles y soporte socioemocional para potenciar su desarrollo.
No podemos permitir que las niñas, los niños y los adolescentes sigan llevando la carga más pesada de esta pandemia. Tenemos que darles la posibilidad de un presente en el que desarrollar plenamente todas sus capacidades y un futuro en el que puedan llevar adelante sus sueños.
No es tiempo de confrontaciones vacías. Quién sabe si no deberíamos ser los adultos los que deberíamos volver a la escuela para aprender nuevamente sobre sociabilidad, empatía, cooperación.
Sin un acuerdo básico va a ser muy difícil lograr un camino de desarrollo sostenido que permita asegurar el bienestar común. Y para eso tenemos que recuperar la capacidad de debatir. Debemos poder dialogar con quienes tienen distintas visiones, sin descalificaciones, sin pensar que de un lado están los buenos y del otro los malos, que de un lado están las ideas salvadoras y del otro simplemente la muerte.
Estemos seguros de que vamos a encontrar muchos más consensos de los que imaginamos.
Facundo Manes es Doctor en Ciencias, Cambridge University. Neurólogo y neurocientífico, Fundador de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Investigador del CONICET
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