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El Papa Francisco y sus lineamientos para la contención de las crisis actuales: ecología integral, fraternidad e identidad

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La mirada de Francisco es de una visión ecológica – integrada, tanto económica, social y cultural-, como así también de la vida cotidiana y de la política.  Es decir, que por un lado partiendo de una ecología económica, observa la necesidad de una economía sostenible, donde se cuestione el modelo que privilegia lo extractivo, y donde se promocione un proceso sostenido de inversión en los sectores estratégicos.

 

El mundo atraviesa una de las mayores crisis sociales de su historia reciente. Como toda crisis, no se circunscribe sólo a la dimensión económica, ya que cuando tambalea y se resquebraja un cuerpo social, se puede derivar en crisis existencial, anomia, incertidumbre y estrés. Estos terremotos anímicos nos hacen perder el norte (o el sur). En dichos contextos el Santo Padre nos da unas directrices de cómo atravesar estos tiempos turbulentos, teniendo en cuenta los agravantes de estas coyunturas, como son las transformaciones tecnológicas y las polarizaciones sociales que soportamos, las cuales -de alguna manera- alimentan un nuevo individualismo del “sálvese quien pueda”, y cierto relativismo que se plantea en todos los ámbitos. Estas tensiones nos obligan, en medio de la crisis, a un permanente esfuerzo de “construcción de comunidad”, a contener las fuerzas centrífugas y destructivas, por intermedio de una atracción gravitatoria hacia la inclusión y lo colectivo.

 

Es indispensable para mantener ese esfuerzo la revalorización de la política, tan necesaria para una propuesta de “ecología integral” como la que plantea el Papa desde hace años. Una ecología que no sólo es ambiental y biológica, sino que también es cultural y espiritual, vectores necesarios de un anclaje identitario, sin el cual se pierde y diluye nuestra ubicación geo-cultural.

 

Se evapora nuestra raíz en un territorio, en la Patria, dejándonos a la deriva de la oceánida de fuerzas, mensajes, lenguajes, sentidos, que la globalización emite, poniendo en crisis el sentido de pertenencia, lo que sumado a la crisis económica, ya pone en crisis todo el sentido de la vida. Finalmente, y como corolario de estas propuestas, aparece la ecología política. Es en este punto donde creemos que se fortalece el proceso de revalorización y rehabilitación de la misma como mediadora, como nudo central y actividad capital de la construcción y realización de una sociedad.

 

El Sumo Pontífice nos propone una “revalorización” de la política como hábito para solucionar los problemas globales, a partir de un compromiso colectivo, inclusivo, amplio, construido por todos, de manera participativa y abierta.

 

Asimismo, como se remarca en varios trabajos elaborados por la Pastoral Social de la Ciudad de Buenos Aires a partir de Laudato Si, se destaca el valor que ocupa la historia como fundamento sólido para los procesos de unidad, y como “espacio de reserva”. Es en ese tipo de aspectos, centrales y profundos, en que debemos observar la tan reiterada “ecología integral” que promociona el Papa Francisco.

 

Como nos dice el Padre Accaputo, por ejemplo, la historia constituye un llamado a ubicarnos en una tradición viva, dinámica, donde se integran distintas mentalidades, ideologías, culturas, que heredamos, permitiendo otorgarle a la Nación su propio ser. Por ello, agregamos nosotros, apartarla y no reconocernos en ella diluye nuestras identidades y resquebraja los marcos referenciales desde los cuales observamos la realidad y el mundo. No poseer este anclaje nos hace perder nuestra ubicación geo-cultural, dejándonos a la deriva de la oceánida de fuerzas, mensajes, lenguajes, sentidos, que la globalización emite, poniendo en crisis el sentido de pertenencia, lo que, sumado a la crisis económica, ya pone en crisis el sentido de la vida. Al hablar del “nosotros”, en su origen, recorriendo y reconociendo los símbolos de nuestro pasado común, logramos partir de un colectivo en el que logramos un reconocimiento mutuo como sujetos de la política.

 

En cuanto a la ecología integral, inseparable de la noción de bien común, no refiere sólo a los aspectos “ecológicos- ambientales”, sino que es desde un punto de vista multidimensional que se piensa y reflexiona sobre el mundo, como ya lo venía desarrollando Francisco desde la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), texto considerado por uno de los teólogos más importantes de la Argentina, Carlos Galli, como “el más significativo que ha escrito un papa en veinte siglos sobre Cristo, la Iglesia y los pobres”.

 

La mirada de Francisco es de una visión ecológica – integrada, tanto económica, social y cultural-, como así también de la vida cotidiana y de la política.  Es decir, que por un lado partiendo de una ecología económica, observa la necesidad de una economía sostenible, donde se cuestione el modelo que privilegia lo extractivo, y donde se promocione un proceso sostenido de inversión en los sectores estratégicos.

 

Asimismo, se complementa con una perspectiva social y cultural, donde se cuide nuestros vínculos, el tejido social de la comunidad, sin desatender su cultura y su pasado. Es en esta última dimensión, donde emerge la historicidad de la que hablábamos anteriormente, enmarcada en una “ecología cultural”, custodiando el patrimonio no sólo natural, también histórico, artístico y cultural de nuestra sociedad, que hoy se encuentra amenazado. Como así también, cuidando una ecología de la vida cotidiana, como decíamos, protegiendo los lugares comunes, desde los marcos visuales hasta los espacios urbanos, que acrecientan nuestro sentido de pertenencia.

 

En su última encíclica, Fratelli Tutti, el Santo Padre vuelve a estas ideas y ejes de trabajo, que no sólo se nutren de sus documentos anteriores, sino que se complementan y encadenan con el pensamiento y los hechos que siempre acompañaron al Padre Bergoglio.  Como siempre, a pesar de los fuertes y duros diagnósticos, nos deja un mensaje final de profunda esperanza, de confianza en que aún podemos ser los hacedores de nuestro destino y revertir el camino por el que vamos.

 

Pero para ello debemos redoblar el esfuerzo y el rol que nos ocupa en la misión que tenemos, entre otras cosas, en el manejo de nuestros recursos, en los hábitos que hemos internalizado en nuestras conductas, en las formas de relacionamiento con el entorno, tanto humano como ecológico.

 

Como ya lo viene realizando permanentemente, desde el título mismo del documento el Sumo Pontífice pone a la fraternidad y la amistad social como las herramientas idóneas para construir un mundo mejor, más justo y pacífico. Y desde ese lugar interpela a la política y las instituciones, apuntando sobre la responsabilidad que nos compete a todos en la hermosa misión de construir un mundo más justo.

 

La encíclica es “social”, como el mismo Papa lo ha dicho. Pero ese carácter social no se circunscribe sólo a lo local, sino que como ya nos tiene acostumbrados también, promueve una fraternidad humana a gran escala, de márgenes mundiales. Una fraternidad práctica, real, tangible, no sólo plagada de buenas intenciones, sino que hilvanada por intermedio de hechos, hechos concretos, una suerte de “nueva hoja de ruta”, que, poniendo la dignidad plena del hombre como centro, motorice una fraternidad activa, potente y duradera.

 

La fraternidad que promueve Francisco, esa fraternidad que desalienta las acciones que promueven el enfrentamiento entre los hermanos, observa de manera muy precisa y en todas sus dimensiones a los hábitos que nutren la violencia. Y aquí hay un elemento realmente notable e interesante. En tiempos de violencias tan estructurales como las que vivimos, el Santo Padre no sólo hace referencia a la violencia endémica de las guerras y las luchas tradicionales, sino que se adentra, de manera inédita para un documento de esta índole, en la violencia del lenguaje, de los medios, de las redes.

 

Es muy claro el Papa al referir que al mismo tiempo que las personas “preservan su aislamiento consumista y cómodo”, optan por una vinculación “constante y febril”, que lamentablemente favorece “la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones”, lo que Francisco llama “latigazos verbales” que destrozan al prójimo, al otro.

 

Estas acciones concretan un verdadero desenfreno de violencia que no logra contenerse, porque para peor, al no existir el contacto cuerpo a cuerpo, esa agresividad social encuentra en la tecnología una ampliación sin igual. Esa “falta de pudor” en descalificar, en agredir, en decir cosas que frente a frente no se dirían, además, permanece impune, nadie las sanciona.

 

Como decíamos, son inéditas estas referencias puntuales sobre las redes y los dispositivos de comunicación en documentos pontificios. Pero por suerte, el Papa nos está habituando desde hace tiempo a estas interpelaciones tan precisas y prácticas.

 

Está en nosotros, más allá de las cosmovisiones religiosas que suscribimos -ya que Francisco habla a la humanidad toda- incorporar estas palabras como parte de un diagnóstico, duro y doloroso, pero que nos permite mirarnos y aprender de los errores.

 

 

 

Por Fabian Lavallén Ranea, director del Grupo de Estudios del Paraná y el Cono Sur

 

Fuente: PyM – Política y Medios

 

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