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Entre la depresión, la comodidad y la palabra

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Escuchamos que llegan algunas demandas de tratamiento que refieren a diagnósticos dados por médicos acerca de depresión. Esta a su vez puede ser “recurrente”, o crónica si la persona esta medicada con antidepresivos desde hace mucho tiempo. Ahora bien ¿qué podemos decir los psicoanalistas frente a estas ‘depresiones crónicas’?

 

Comencemos aclarando que el depresivo no la pasa nada bien. La sensación de pesadez que soporta refiere que se pone en primera plana lo insoportable de la vida misma, cierta cobardía moral ante el sentir que la vida no tiene un sentido, y no poder inventar alguno para que esta sea menos evanescente. Sumado a eso, si la abolición del deseo deja de orientarse por algún placer, la vida se le torna un calvario constante, aunque por fuera logre disfrazar con cierta sonrisa lograda en el devenir diario de sus días “grises”, sin llegar a ser estos negros o blancos por momentos. No es algo que solucione “decidiendo” estar bien, no es algo de “falta de voluntad”, ni algo que se genere únicamente de forma consciente, por lo que también suele estar acompañado de culpa.

 

Ahora bien, la dirección freudiana básica, con la que todo psicoanalista se posiciona ante alguien que demanda atención (o frente a alguien que traen familiares) sigue erigiéndose en “cuál es tu parte en el desorden del que te quejas”. En otras palabras cual es la parte que efectúa, ya sea activa o pasivamente frente a la realidad que sostiene atravesar.

 

Realizar esta pregunta, y que el que consulta trabaje a partir de ello en alguna localización de sí, es todo un trabajo que realiza el paciente, con lo que para él representa hitos de su vida y de su dolor psíquico actual. Trabajo que permite al paciente reorganizarse en las relaciones con el entorno, con los demás y consigo muchas veces acompañado de angustia.

 

Otra cuestión es la comodidad. Nos parece importante destacar que actualmente hay ofertas de ciertos “entrenadores” que ante la presentación de las situaciones de quienes las padecen, ofrecen soluciones posibles a seguir, fijando algunos objetivos. Esto pierde de vista el trabajo –valiosísimo para un tratamiento psíquico-, y además la posición analítica no brinda ninguna solución, sino que es el mismo paciente quien va a inventar su resolución, con su historia, sus hitos de importancia, sus ideales y sus deseos.

 

Sin duda es un trabajo mucho más duro que buscar a alguien que venda respuestas que no tengan que ver con el paciente. Además, poco sabemos de qué hay en juego en un padecimiento… ¿Por qué nos meteríamos con ideas propias ante satisfacciones psíquicas que se juegan en algún síntoma?. Ante cuestiones así, se deberá evaluar que hay en juego en tal comodidad porque también es cierto que el momento en que alguien consulta no está asegurado que quiera pensar por qué le esta sucediendo aquello de lo que se queja.

 

Cuando un paciente se queja, y un analista lo confronta a intentar delimitar la funcionalidad de lo subjetivo en su padecer, comienza un trabajo analítico, interno a la experiencia analítica, en el cual media la transferencia. Esta última, en la que el analista debe mantenerse en la neutralidad y la abstinencia, traerá en algún plazo lo terapéutico de un psicoanálisis con el levantamiento de alguna parte de ese síntoma depresivo, sino en su totalidad. En ese momento, el analizante podrá decidir si es suficiente con eso, o si además quiere saber por qué, cómo y qué coyuntura dieron como resultado aquello de lo que se quejó.

 

La queja se constituye entonces como una piedra preciosa a partir de la cual, quien la ejerza, podrá ir puliendo su padecer en un tratamiento escuchado por un analista y con intervenciones que dirijan la cura. La depresión puede ceder, y quien habla de ella puede posicionarse de otra manera con su propia historia, y, volver a encontrar el gusto a la vida porque su deseo comienza a relanzarse.

 

Finalmente, hemos de decir que no dejamos de lado el tratamiento farmacológico. Cuando se vuelve necesario para que la vida de alguien se torne menos insoportable, es un aliado que toma su lugar, en tanto y en cuanto el tratamiento por la palabra se posibilite. Ese famoso “tratamiento del alma” como sostenía Freud, “la limpieza de la chimenea”, comienza cuando hay un analista que pueda escuchar, y alguien que se queje de lo que padece. Lacan nos dice  hacia el final de la enseñanza de sus seminarios orales, en 1977: “…es que el análisis llegue por una suposición, llegue a deshacer por la palabra lo que es hecho por la palabra”. (Clase del 15/11/77).

 

Fuentes

Freud, S. (1905). Fragmento de análisis de un caso de histeria: «Caso Dora». En Obras Completas, T. VII. Ed. Amorrortu. Bs. As. 2010.

Lacan, J. (1977). El Seminario, Libro 27. El momento de concluir. Clase del 15/11/77. Inédito.

 

 

 

(*) Por Franco Pozzobon

Lic. En Psicología, Psicoanalista. Maestrando en Psicoanálisis (UBA), tesis entregada y en proceso de corrección. Doctorando en Psicología (UBA). Ex concurrente Hospital Psicoasistencial José T. Borda (CABA). Diplomado en Abordaje Clínico y Social de la Discapacidad (UCSF).

Posgrados en Centro de Salud Mental N º 3 Dr. Arturo Ameghino (CABA), Hosp. General de Agudos Dr. Cosme Argerich (CABA) y Hosp. Psicoasistencial J. T. Borda (CABA) Autor de “Clínica y Teoría Psicoanalítica: Psicosis, Psicosomática, Subjetividad” (EAE, 2019).

Publicó diversos artículos en Congresos y Jornadas. Docente en Universidad de la Cuenca del Plata y Universidad Católica de las Misiones. Realiza su Práctica Clínica en Posadas, Misiones.

E-mail: francopozzobon911@gmail.com

 

 

 

 

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