Con el último aliento, tapando agujeros con los dedos de las manos y de los pies, Argentina llega finalmente al punto culmine de un proceso electoral desquiciado que aceleró dramáticamente el deterioro económico que ya estaba en curso. La incansable corrida hacia el dólar es la consecuencia más evidente de la nula confianza que genera una economía sin rumbo que se mantiene a flote quemando los escasos dólares que quedaron de la montaña de deuda tomada en los últimos años.
Desde las PASO hasta ahora las reservas brutas cayeron en casi 20 mil millones de dólares y el Central entregó más de 6.500 millones de la misma divisa en un intento por contener el derrumbe del peso, que igualmente se devaluó un 25%, lo que a su vez desató una nueva espiral inflacionaria que acumuló un 10% en los últimos dos meses y no muestra indicios de desacelerar.
Atribuir semejante descalabro exclusivamente a la incertidumbre que pudieran haber generado las elecciones implicaría desconocer que el endeble andamiaje económico que construyó Gobierno nacional ya venía crujiendo desde el segundo trimestre del año pasado y la “asistencia” del FMI fue poco efectiva o mal aprovechada.
Sin embargo, la incidencia que la “incertidumbre política” produjo en ese contexto fragilidad resulta demasiado evidente como para pasarla por alto. Más allá de las discusiones en la eterna búsqueda de culpables entre el pasado, el presente y el posible próximo gobierno, debiera quedar en claro que Argentina no está en condiciones de esperar seis meses entre las primarias y la asunción del próximo presidente, eso es algo que ya debería haber quedado fuera de discusión luego de la traumática transición de Alfonsín a Menen.
Mientras las encuestadoras intentan dilucidar cuál será el resultado electoral, los analistas enfrentan un desafío más difícil: anticipar cómo seguirá la película después del domingo.
Lo profundo de la crisis obliga ya no a pensar en el corto plazo, sino en lo inmediato. Lo inmediato en este caso es el lunes y la duda principal vuelve a ser el dólar.
Si hay algo que no logró este Gobierno es generar confianza en la moneda nacional, requisito necesario para alcanzar un grado razonable de estabilidad en un modelo que ofrece amplias libertades a la circulación de capitales como el que el estableció la gestión de Macri y que debió revisar tras el cachetazo de las PASO.
Cuando no hay confianza en la propia moneda el dólar aparece como un refugio para ahorristas y una inversión segura para especuladores. Cuando esa desconfianza se transforma en aversión, ocurre lo que se viene observando en el país desde el 12 de agosto. El arbitraje con tasas de interés altísimas no resulta suficiente por el simple hecho de que ninguna tasa parece, al menos por estos días, lo suficientemente alta como para asumir el riesgo de “quedarse en pesos” ante la inminencia de una nueva devaluación.
No hace falta un posgrado en economía para darse cuenta que el Gobierno no podrá sostener el ritmo de venta de dólares que viene manteniendo en las últimas semanas. Sin más dólares para alimentar a las fieras siempre ávidas de billetes crujientes, no más de dos alternativas resultan viables: dejar correr al dólar hasta que encuentre un punto de equilibrio o intervenir con mayor dureza limitando la oferta de divisa. Devaluación o cepo parece la alternativa de la hora.
El gobierno de Macri hasta ahora se mostró reticente a limitarles a los ahorristas y fundamentalmente a los inversores especulativos el derecho humano fundamental de comprar dólares libremente, pero la alternativa de asumir otra corrida del dólar, con los efectos que eso podría tener en la ya escandalosa inflación, suena inviable.
Entre las opciones que barajan los analistas se cuenta un “cepo recargado” que incluiría no solamente una reducción significativa en el límite de compra de 10 mil dólares por mes sino también el agregado de requisitos burocráticos como exigir una autorización de la AFIP antes de cada operación.
Otros hablan de un posible desdoblamiento del mercado en el cual convivirían un dólar financiero de libre flotación que se utilizaría para atesoramiento, compras en el exterior y turismo, con un dólar comercial que se usaría para el comercio exterior y que sería fijado por el Central. Algo parecido a lo que buscó el kirchnerismo cuando impuso un recargo de 35% a la compra de dólares para atesoramiento y a las compras con tarjeta en el extranjero. Teóricamente un dólar comercial más barato sirve para contener los precios en el mercado interno mientras que el dólar financiero liberado evitaría que el Central tuviera que sacrificar reservas constantemente.
Los amigos de soluciones más drásticas hablan de un Plan Bonex, lo que implicaría capturar todos los depósitos en pesos y los bonos de corto plazo y transformarlos en bonos de largo plazo. Así se conseguiría literalmente secar la plaza de pesos y con ello se reduciría la presión sobre el dólar. No habría pesos para comprar dólares y eso impediría una corrida. Fue la receta que aplicó el ministro de economía Erman González para frenar la hiperinflación a inicios del primer mandato de Carlos Menem.
La medida podrá ser efectiva para estabilizar pero tendría un costo político muy alto, ya que implicaría literalmente sacarle plata de la mano a mucha gente a cambio de bonos a largo plazo, algo que en un país al borde del default se parece bastante a cambiar billetes por papeles de colores.
De las decisiones que tome el Gobierno en los próximos días dependerá la transición y los primeros meses de mandato de la próxima gestión, que antes de asumir ya sabe que deberá renegociar los pagos de la deuda con el FMI y que aunque acierte en todo lo que haga, deberá afrontar al menos un año más de recesión y una inflación de no menos de 30 puntos como parte de la pesada herencia que deja el primer mandato de Macri.
Gestos que valen mil palabras
La última semana de campaña desató un frenesí de actos partidarios que encontró su apoteosis en los tradicionales cierres de campaña. Macri lo hizo en su tierra prometida, Córdoba, allí volvió a prometer para un hipotético segundo mandato el crecimiento económico que no supo generar durante el primero.
También cerró su campaña María Eugenia Vidal y lo hizo estrenando un slogan que generó algún ruido puertas adentro del PRO: “Ahora María Eugenia” y “Ahora Nosotros” podía leerse en pantallas, en letreros gigantes montados en el escenario y en volates entregados a los asistentes. El slogan no tiene sentido si se lo aplica a los comicios del domingo en los que Vidal compite por preservar el cargo que ya ocupa, lo que llevó a algunos a pensar que los vidalistas, convencidos de que la negativa de Macri a desdoblar las elecciones les complicó las chances de reelección en Buenos Aires, acuñaron el nuevo slogan pensando más en el rearmado del PRO y de la alianza Cambiemos ante una eventual derrota de Macri que en el domingo.
El Frente de Todos cerró su campaña en Mar del Plata con discursos que en líneas generales repitieron la tónica de los anteriores, aunque con un plus de épica que le aportó la verba de Cristina que llevó a su candidato Alberto Fernández a derramar algunas lágrimas cuando le recordó su gestión junto al expresidente Néstor Kirchner.
Pero como suele ocurrir en los actos políticos, lo gestual y lo protocolar suelen dejar más tela para cortar que los discursos que a esta altura de la campaña resultan redundantes. Quiénes ocupan los lugares privilegiados y quiénes son prolijamente ocultados en la multitud, quiénes son beneficiados con un saludo ostensible ante las cámaras y quiénes no reciben ni una mirada cómplice, gestos que dicen más que las palabras.
Una de las apuestas políticas más fuertes de Alberto es dar mayor protagonismo a las provincias en la toma de las decisiones nacionales y en su acto de cierre de campaña dejó un gesto contundente en ese sentido: subió al escenario a un grupo de gobernadores a los que no solo considera afines a su visión federalista, sino que también les reconoce méritos en sus gestiones.
El vice y gobernador electo Oscar Herrera Ahuad, como representante del Frente Renovador misionero, formó parte de ese reducido grupo de mandatarios provinciales que compartió escena junto a al ganador de las PASO, pero además se estrechó en un abrazo con el candidato presidencial que no pasó desapercibido.
Para Fernández el misionero es una pieza fundamental en la búsqueda de los consensos que serán necesarios para gobernar, lo que ya quedó demostrado cuando lo eligió para encabezar junto al tucumano Juan Manzur la comitiva que en septiembre recorrió Estados Unidos como una suerte de avanzada diplomática de una hipotética presidencia de Alberto.
En tiempos de grieta en los que la política nacional se convirtió en un combate entre facciones, el respaldo de una fuerza independiente como el Frente Renovador, que incluso no comparte boleta con el Frente de Todos, reviste para la candidatura del exfuncionario de Kirchner un cariz más genuino porque no responde a un cálculo electoralista ni a un mandato de obediencia partidaria.
A esta altura de las circunstancias y con la experiencia que dejaron los últimos 12 años en la política nacional, Alberto Fernández sabe que la grieta podrá ser buena para ganar elecciones y lucirse en debates televisivos pero resulta nefasta para gobernar. En la búsqueda de construir puentes que comuniquen antes que zanjas que dividan, la renovación puede aportar con su propia experiencia.
Durante los últimos casi cuatro años el Gobierno de Misiones supo construir una relación pragmática de mutuo beneficio con una administración nacional de distinto color político y con concepciones muy diferentes respecto al rol del Estado y de la política, algo que no es poca cosa en tiempos de crispación constante.
En tiempos de elecciones mantuvo su identidad provincialista a pesar de los cantos de sirenas de ambos bandos de la grieta, lo que llevó a Herrera Ahuad a alzarse el 2 de junio con más del 73% de los votos en la victoria electoral más contundente de todo el país.
Camino a las PASO, con la estrategia de la boleta corta, la renovación mantuvo su independencia respecto de la disputa de orden nacional, incluso a contrapelo del análisis puramente electoralista que anticipaba los riesgos de ir sin candidato a presidente en una elección en la que la atención estaría centrada en esa categoría.
El resultado de las primarias dejó en claro la preferencia de la mayoría del electorado misionero y de prácticamente la totalidad del electorado renovador a favor de la candidatura de Fernández, con quien el misionerismo ya tenía coincidencias especialmente en lo referente al federalismo.
Votos más, votos menos, la estrategia tipo “wait and see” que aplicó la renovación terminó rindiendo rédito político porque al estar por fuera del armado del Frente de Todos resulta un aliado más valioso para Fernández que los gobernadores enrolados en el peronismo. Además esa independencia partidaria le otorgará a Oscar Herrera Ahuad un margen de maniobra mayor para defender los intereses de la provincia, un margen que no tendrán los gobernadores ni los legisladores peronistas obligados a acatar el mandato partidario.
Desde la renovación plantean la alianza con Fernández como una posición superadora a la grieta que responde directamente a los intereses de los misioneros antes que a posiciones doctrinarias.
El gobernador Passalacqua dejó en claro esa postura en una entrevista con Misiones Online en la que afirmó que el candidato a presidente que mejor defendería los intereses de los misioneros es Alberto Fernández, no porque tenga alguna predilección especial por la provincia sino porque plantea un proyecto federal. “Hable de lo que hable, Alberto siempre pregona el federalismo, lo dijo en todos lados: ‘voy a gobernar con los 24 gobernadores’, eso es música para quienes estamos en el interior más profundo”, destacó.
Resaltó además que la lista de diputados nacionales misioneros que mejor defenderá ese modelo federalista que pregona Fernández es la que está en la boleta corta de la renovación y desde esa óptica argumentó que esos diputados serán los que más fuerza le van a dar a la gestión de Alberto, incluso más que los candidatos que integran la lista del Frente de Todos.
“Además del voto a Fernández también estamos pidiendo el voto a boleta corta misionerista de la renovación, no por ganar como si fuera una cuestión deportiva sino porque entendemos que va a ser lo mejor para Alberto y para los misioneros. Es un gran complemento, suma la energía nacional con la energía provincial. Tiene más pimienta Alberto con el voto misionerista que con el del propio Frente de Todos. Que el apoyo venga de un partido del interior a él lo potencia mucho más que el apoyo que pudiera surgir del armado nacional”, razonó.
Chile y un milagro para pocos
A pesar del descalabro económico que atraviesa, Argentina todavía preserva la paz social, algo de lo que no pueden presumir varios países de Latinoamérica. A la siempre convulsionada Venezuela y a la conflictiva Ecuador, se sumaron en los últimos días estallidos en Bolivia y Chile.
En Bolivia el eterno Evo Morales se granjeó las sospechas de la oposición y de buena parte de la comunidad mundial al suspender un escrutinio que no le venía resultando del todo favorable y salir a anunciar al día siguiente que había ganado en primera vuelta. Las elecciones en el país vecino ya venían mal barajadas porque la Constitución prohibía un nuevo mandato del actual presidente –sería su cuarto período- pero un tribunal constitucional optó por suspender esa prohibición con el argumento según el cual postularse a la presidencia era un “derecho humano” que no se le podía negar a nadie. Lo hizo pese a que en 2016 la población votó en contra de la posibilidad de que Morales se presentara nuevamente a elecciones en un plebiscito convocado a tal fin.
Pero sin dudas lo más grave está ocurriendo en Chile, donde la represión militar a una serie de manifestaciones se cobró la vida de al menos 19 personas.
Un aumento en el boleto del transporte público desencadenó una protesta que la desmedida represión militar no hizo más que avivar. Pero la suba del boleto no es más que la punta del iceberg del enorme problema social que generó un modelo que resultó muy eficiente para hacer crecer de manera sostenida a la economía de ese país –lo que llevó al gurú liberal Milton Friedman a hablar del “milagro chileno”- pero no sirvió para mejorarle la vida a la mayoría de los chilenos.
Después de 30 años de crecimiento, Chile tiene un puñado de multinacionales muy poderosas, entre ellas el Grupo Arauco que tiene inversiones en Misiones y una clase trabajadora que gana sueldos relativamente bajos con los que debe asumir costos de vida altos. Según datos oficiales, el sueldo mínimo en Chile es de 423 dólares (unos 26 mil pesos), el promedio salarial de la mitad de los trabajadores que menos gana, es de 562 dólares (unos 35 mil pesos) y los jubilados civiles –los militares gozan de un régimen especial concedido por el exdictador Augusto Pinochet- cobran un promedio de 200 dólares.
Con sueldos más bajos que cobra un trabajador argentino, sus pares chilenos deben afrontar la vida con prácticamente ninguna asistencia del Estado, todos los servicios son privados y están en manos de muy pocas empresas (el excandidato a presidente Marcos Ominami suele hablar de cuatro familias que manejan el país) y son bastante más caros que el promedio de América Latina.
Según la última edición del informe Panorama Social de América latina elaborado por la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal), el 1% más rico del país se quedó con el 26,5% de la riqueza en el año 2017, mientras que el 50% de los hogares con menores ingresos accedió apenas al 2,1% de la riqueza neta del país.
La educación privada no es de buena calidad pero es cara, tanto que la mayoría de los egresados de carreras universitarias se ven obligados a iniciar su carrera laboral con deudas que por lo general superan los 30 mil dólares.
La salud pública tampoco existe en el país del milagro liberal que muchos dirigentes argentinos toman como modelo, lo que hay en cambio es una salud tan cara como la educación y con medicamentos a precios liberados que habilitaron negocios formidables para los laboratorios.
Los militares tienen un sistema solidario de jubilación, similar al que rige en Argentina, pero a todos los demás les toca caer en un sistema de capitalización similar al de las AFJP. Para los jubilados militares el haber promedio supera los 1.000 dólares, para los demás apenas los 200 dólares.
En contra de ese modelo la gente salió a manifestarse contra palo y fusil. La primera reacción del presidente Sebastián Piñera fue acallar la protesta con el garrote de las fuerzas de seguridad, habló de una guerra desatada en las calles mientras su mujer denunciaba una invasión alienígena y habilitó un festival represivo.
En Argentina los funcionarios de gobierno poco dispuestos a reconocer falencias en el país que consideran como modelo, salieron –sin ninguna prueba concreta como es costumbre- a agitar el desteñido fantasma de la manipulación comunista que en este caso estaría motorizada por una supuesta participación de Venezuela y Cuba en las manifestaciones. El canciller habló de “una brisita bolivariana” e interpretó la protesta de los chilenos como “intentos desestabilizadores”.
Otro de los que opinó del tema fue el camaleónico Miguel Pichetto quien advirtió con total liviandad respecto a un proceso de desestabilización en la región con injerencia venezolana-cubana.
A pesar de los palos militares y de las acusaciones de participar de una supuesta conflagración comunista, los chilenos siguieron en las calles y las marchas crecieron hasta llegar al millón de manifestantes el viernes en Santiago. Eran demasiados para correrlos a garrotazos, lo que obligó al presidente a un cambio de discurso. Dejando en offside a los opinólogos del Gobierno argentino y su teoría de la avanzada marxista, reconoció la pertinencia de los reclamos, dijo que “escuchó el mensaje” del pueblo y pidió la renuncia de todo su gabinete.
Quedará por ver si lo anunciado por Piñera alcanza para calmar a los manifestantes que a esta altura exigen no solo la renuncia del presidente sino un cambio de régimen que los incluya dentro de los ganadores del milagro económico que celebró Friedman.
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