Una especie bien vistosa y llamativa, por su cola larguísima y contrastes de plumas entre negros, blancos, castaños rojizos. Habita desde México hasta el norte de la Argentina -entre el Litoral, algo del Chaco y las Yungas- y también se las observa en Uruguay. Se lo suele ver en las copas de los árboles, dando saltitos como si se arrastrara entre las ramas con gran habilidad.
Foto de Portada:Gentileza Ramón Moller Jensen
A través de una alianza con Aves Argentinas, la centenaria organización ambientalista que impulsa su Programa Bosque Atlántico, compartimos en forma semanal algunos de los secretos sobre la biodiversidad de las especies de aves del país, y de nuestra Maravilla Natural Argentina, la Selva Misionera. Exclusivo de Misiones On Line.
Hoy te presentamos al Tingazú. Si alguna vez lo viste, seguramente te recordó al conocido y bullanguero pirincho, porque pertenecen a la misma familia, Cuculidae, que agrupa a los Pájaros Cucú, nuestros cuclillos.
En la Argentina lo llamamos Tingazú, nombre heredado de pueblos brasileños tupí tinguaçú (ti: nariz, pico; y gwa’su: grande). Su nombre científico es Piaya cayana, piaye según consigna Jacques-François Artur, un médico y naturalista que llegó a Cayena a mediados del 1700, es el nombre que los criollos de la Guyana daban al ave y significa “diablo” en la lengua del país, es por eso que en muchos sitios se lo considera como ave de mal agüero. Aunque años más tarde el explorador y naturalista Félix de Azara corrigió esta afirmación argumentando que el nombre correcto es payé, que no significa diablo, sino magia o hechicería y que en el Litoral también tiene connotaciones positivas. Corrientes tiene payé dice la famosa canción.
Foto: Gentileza Juan José Bonanno
El tingazú llega a medir unos 45 cm y aunque es de color mayormente castaño rojizo, es bien vistoso. Posee características bastante llamativas: su cola es larguísima y llega a medir 30 centímetros, la parte interna es de color negro, con las puntas blancas que ayudan a distinguirlo en la espesura de los bosques. Tiene el iris rojo y un pico curvo pequeño de color amarillo verdoso. También al volar recuerda al pirincho, porque ambos hacen vuelos cortos y planeados.
Habita desde México hasta el norte de la Argentina en el Litoral, algo del Chaco y las Yungas y también en Uruguay. Se lo suele ver en las copas de los árboles, dando saltitos como si se arrastrara entre las ramas con gran habilidad.
Se deja ver poco en campo abierto, pero habitualmente aparece su figura cuando cruza las picadas con su vuelo pesado e incluso las rutas. Es una de las aves más atropelladas porque en su derrotero aéreo se deja caer en una parábola que coincide con la altura media de los vehículos, sin posibilidad de eludirlos.
Se alimenta sigilosamente en los estratos medios y altos de los árboles, donde pese a su tamaño puede pasar desapercibido. Su dieta se basa en orugas, arañas y frutos. También adultos de mariposas y hormigas. En Iguazú se lo ha observado comiendo la llamada hormiga-tigre.
El nido lo construye en forma de taza con hojas sobre las ramas de los árboles, donde la hembra pone dos huevos de color blanco.
Foto: Gentileza Sergio Moya
Alma de gato
Los nombres comunes de esta especie son variados. El más conocido es Alma de gato, porque una de sus voces semeja al maullido de gato. Es habitual escuchar dos silbos graves, uno ascendente y otro descendente, como si fueran la primera parte del canto del Benteveo o bicho feo, pero más fuerte y limpio.
El naturalista Alejandro Di Giacomo rescata también los nombres Anó Colorado o Anó del Monte. En Brasil se lo llama también rabo do paia o cola de paja. Su nombre en inglés es Squirrel Cuckoo, que significa el “cuco ardilla”, probablemente por su habilidad para andar entre las ramas del monte.
La tradición y algunas denominaciones hicieron que en algunas latitudes se tenga la creencia de que cuando el “alma de gato” canta en la puerta de una casa, el dueño morirá pronto. En otros países de Centroamérica su canto anuncia lluvias o la visita de parientes de tierras lejanas.
Es una especie abundante que parece tolerar la intervención humana, siempre y cuando nuestra intervención no sea sinónimo de destrucción.
Por Sol Verónica Gatti, de Aves Argentinas
CP / PE
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