Oriunda de Oberá, la joven vio un aviso de internet que convocaban a jóvenes para la Armada y allí comenzó su exitosa carrera naval. Integra una familia numerosa que sufrió dos irreparables pérdidas.
*Nota publicada en la revista Viva en 2015
Es una mañana limpia y fría en la Base Naval Mar del Plata. Los buques de guerra, recostados sobre sus amarras, descansan inertes a la espera de que los saquen a “estirar las piernas” a mar abierto. Los submarinos asoman discretamente sobre la superficie del agua. Parecen orcas al acecho. Sólo en uno hay movimiento. Personal de mameluco azul realiza aprestos sobre la cubierta del ARA Salta, una nave alemana, ensamblada en el país, que está lista para partir. Es el lugar de trabajo de Eliana Krawczyk, teniente de corbeta, la primera oficial submarinista del país y de Sudámerica. Se trata de una misionera de 33 (ahora 35) años que terminó con el último bastión del predominio masculino en el mar. Hoy hay más de 3.000 mujeres que cumplen servicio en áreas de la Armada Argentina, entre oficiales y suboficiales, pero sólo siete son submarinistas y Eliana es la única con rango de oficial.
Oriunda de Oberá, creció en el marco de una familia numerosa y modesta. “Hasta los 21 años nunca había salido de mi provincia ni mucho menos conocía el mar”, le cuenta a Viva. Al terminar el secundario se inscribió en la Universidad de Misiones para cursar Ingeniería Industrial. Todo parecía encaminado, pero dos tragedias le produjeron un quiebre: la muerte de uno de sus hermanos en un accidente de tránsito y la de su madre, a causa de un episodio cardíaco. “Un día, por Internet, descubrí un aviso de la Armada convocando a jóvenes. Fui corriendo a Posadas y me inscribí. Dejé todo y viajé a la Escuela Naval Militar de Ensenada. Llevé una foto de mamá en la billetera”, recuerda. En 2009 se convirtió en oficial y tres años más tarde sorprendió a todos solicitando su ingreso a la Escuela de Submarinos. El capitán de navío Enrique Balbi, ex director de esta institución, recuerda con aprecio el paso de Eliana por sus aulas: “Siempre fue una más, no había nada en su carácter o en su actitud que la pusiera en inferioridad con los varones. Se destacaba por su capacidad de resolución mental, por ser responsable y dedicada al estudio y por ser buena compañera, sencilla y de bajo perfil”.
Eliana me espera al pie de la planchada que une el muelle con la cubierta del submarino. La acompaña la mayoría de las submarinistas del país: cinco suboficiales y una oficial cursante. Dos irán a la travesía: la teniente cursante Sabrina Osorio y la cabo primero Alejandra García. Bajo por la escala metálica y puedo sentir el sólido ambiente del interior de la nave. El aire huele a aceite de motor y a líquido hidráulico. Son las 10 y me avisan que zarparemos. Atolondrado, corro para llegar a la escala que comunica con la torreta. Trepo siete metros hasta salir por la escotilla. Un remolcador tironea de la proa mientras, en la escollera, una guardia formada saluda la partida. Vienen dos días en mar abierto.
Eliana asoma por la escotilla cerca de las 12: es su turno de guardia en el puente. Lleva una boina azul bajo la cual asoma el pelo ondulado y rojizo. Es locuaz y buena anfitriona. Cuenta que le gusta el rol de pionera: “Al ingresar a la Escuela de Submarinos, la idea de ser la primera, en vez de intimidarme, me motivó”. Está en permanente contacto con su familia. “Papá pasa la voz de todo lo que hago. Cuando voy a Oberá, todos saben por dónde estuve y, si salí en alguna nota, todos la leyeron. Papá es mi jefe de prensa”, bromea. El puente no es un lugar fácil: hace frío, el viento corta la cara y las olas pegan duro contra el casco. Lo común es empaparse. A Eliana parece no importarle.
“¡Inmersión! ¡Inmersión!” La palabra resuena por el altavoz. Estoy acostado, pero siento cómo el bamboleo se aplaca y el submarino se sumerge en el silencio. Los tripulantes dejan sus literas, los pasillos se llenan: hay 41 almas a bordo. Viajamos a 40 metros de profundidad.
Una vez estabilizado el submarino, el clima de la sala de comando se distiende. Pregunto por la convivencia entre varones y mujeres en un contexto donde la privacidad no existe. Los varones dicen que la relación es buena, pero los veteranos admiten entre risas que añoran “las charlas de hombres” en la sobremesa. “La camaradería es muy grande –aporta Eliana–, más intensa que en un barco. Si capto que mi presencia corta alguna charla entre compañeros, sé retirarme.”
Desde la cocina se esparce un vaho delicioso. Los submarinistas rinden culto a sus cocineros: hacen más llevadera la vida a bordo. La cena es un pollo a la mostaza con timbal de arroz digno de un restaurante de Palermo.
Simulacro. Segunda jornada. Ocho de la mañana. Eliana está abrazada al periscopio y me recibe con un sonoro “buenos días”. Cada ocho horas el submarino sube casi hasta la superficie para cargar baterías y renovar el aire del interior. Con Eliana está la teniente Osorio, de 27 años, que sigue muy atenta los movimientos de su instructora. “Cuando entré por primera vez a un submarino –dice Eliana– sentí que me metía en una película, por lo distinto que es a un barco.” En la proa, hay ocho enormes tubos lanzadores dispuestos en enjambre: sólo dos tienen torpedos y son de práctica.
Esa tarde, una voz de alerta cambia la rutina del submarino. Todos corren a sus puestos. Las luces blancas son reemplazadas por rojas y el silencio inunda el ambiente. Se trata de un ejercicio simulado de táctica de combate, pero la tensión se percibe real. Mirada de neófito: parece un juego de playstation. Eliana toma su lugar en la sala de oficiales, donde se despliegan instrumentos con los que se busca determinar distancia, trayectoria y velocidad del blanco. La computadora simula un buque enemigo y suelta parámetros que los oficiales deben calcular. Al procedimiento lo dirige el capitán Germán Michelis, comandante del submarino, quien imparte directivas mientras da pequeños sorbos a su taza de té y ordena: “Sobre blanco alfa, ¡fuego!”. El torpedo simulado inicia su corrida. La suerte del enemigo imaginario está echada.
Este ejercicio cierra la operación y el comienzo del regreso. En tierra, Eliana volverá a su cotidianeidad en el departamento marplatense de La Perla, que comparte con su novio Juan y dos perritos, Flopi y Ramiro. “Juan es marino mercante. Nos vemos poco, pero tenemos muchos planes”, dice. Fuera de la base, lo suyo es intenso: “Voy al gimnasio y tengo un grupo de running. Ando en rollers y camino por esta ciudad hermosa”. Sueña con tener hijos y una gran familia. Antes va por un último bastión: convertirse en la primera comandante de submarinos de la historia de la Armada Argentina.
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